Una guardia

Ocurrió un viernes de mayo a las cinco de la tarde de un Otoño luminoso y cálido.

Nadie se dio cuenta de lo que ocurría. Terminada la clase de educación física  los profesores autorizaron deporte libre. Eximidos de la rígida disciplina corrimos hacia las canchas de fútbol o básquetbol aprovechando esa última hora antes de volver al ajustado horario previo al  “rancho” nocturno.

Entonces escuchamos la sirena que, desde la Torre de Control , anunciaba una tragedia.

Detenidos en nuestro ímpetu miramos al cielo despejado y azul.

Después vimos el humo oscuro y denso. Subía ominoso y vertical en esa tarde sin viento.

El avión había caído a las orillas del arroyo Frasquito a pocos metros de la ruta.

Al fondo de la creciente humareda, la iglesia de Pando.

Los dos pilotos, instructor y alumno, habían muerto.

Toda actividad fue suspendida. Nos ordenaron permanecer en nuestros salones esperando órdenes.

Un silencio luctuoso acalló toda movimiento. Como si la Escuela hubiera quedado repentinamente vacía.

Y el crepúsculo pareció eternizarse.

A las siete de la tarde un Oficial del Curso de cadetes nos informó lo que ya sabíamos. Con excepción de las clases que permanecerían suspendidas, el resto de los servicios se cumplirían normalmente.

Esa noche me correspondía primer turno en la Guardia de Prevención que cubría el perímetro de la Escuela repartido en rondines de vigilancia. Allí deberíamos permanecer durante toda la noche. Una hora en el rondín, una hora de descanso en la Guardia y así sucesivamente hasta el amanecer.

A las once menos diez, Mauser al hombro, me dirigí al Rondín Hangar viejo, así denominado por la primigenia construcción de hierro y chapas que en los años treinta cobijara a los aviones de la Línea Francesa Latecoere.

Me gustaba ser puntual en mis relevos. A las once en punto me hice cargo del rondín con un breve saludo a mi camarada.

Durante el día el lugar tenía un movimiento constante. A la sombra del hangar se extendían construcciones más bajas edificadas en la misma época. Sala de Operaciones, Sala de paracaídas, una amplia enfermería, baños y  el despacho del Jefe de Operaciones. Pintadas a la cal y a pleno sol los añosas edificios apenas podían ocultar su prehistórica arquitectura.

Transitaban instructores y alumnos, mecánicos, toda una pequeña muchedumbre en apoyo a la actividad aérea y su ruidosa parafernalia.

Pero en la noche todo era muy distinto. Un foco de mercurio iluminaba parcialmente la planchada del hangar mientras el resto permanecía en sombras.

Alejado de los alojamientos de cadetes y personal , el rondín hangar viejo se tornaba sutilmente tenebroso y solitario.

Súbitamente, mientras caminaba errático en el rondín, un pensamiento terrible se fijó dolorosamente en mi espíritu,” El Tejo” no volvería. Su cama, separada de la mía por un armario metálico, quedaría tendida. En la mañana, cuándo el toque de llamada nos despierte, miraríamos incrédulos, esa simple y cruda realidad.

Alguien vendría y cruzaría con una banda las puertas del armario. Y pasarían días antes que un familiar volviera a abrirlas para llevarse los pequeños e invaluables recuerdos de su vida. La foto de sus padres-obligatoria para todos desde el ingreso- la descolgaría su hermano, quizás su padre. Pero hasta entonces el polvo se acumularía sobre el techo metálico y nos recordaría que “El Tejo”, nunca más sería sancionado por no limpiarlo.

Sobre la medianoche ingresaron los vehículos. Venían lentos desde la Guardia con los faros encendidos. La ambulancia de la Escuela y una furgoneta negra.

Se detuvieron sobre la Enfermería y casi al unísono abrieron sus puertas.

Túnicas blancas y grises, trasladaron con rápidos movimientos, sus respectivas cargas.

Cuando apresuré mi paso hacia la negritud de las pistas o mi angustia, comenzó el ruido.

Tac…Tac…Tac…Tac- los golpes espaciados del martillo cayendo sobre el invisible clavo. Después, como un horrendo contrapunto orquestal,  otros martillos replicaron el absurdo acorde con violencia inusitada.

Y la noche se pobló de presagios.

 

Elbio Firpo

Marzo 2019

                                     “El Tejo”, en el centro de la foto, un mes antes de su partida.

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