Experimentos coloniales
El primer esfuerzo verdadero para planear y emprender la colonización inglesa fue iniciativa de sir Humphrey Gilbert. En 1578, la reina Isabel le dio permiso para organizar una expedición de colonización a Norteamérica. Salió con una pequeña flota hacia Terranova pero su emprendimiento fracasó y el propio Gilbert se perdió en una tormenta en el mar. Sus esfuerzos no fueron, sin embargo, enteramente vanos; de ellos surgiría otra expedición de colonización de Norteamérica, organizada por su medio hermano, Walter Raleigh, quien envió a su socio, Richard Grenville, a establecer una colonia en la tierra que el bautizó como “Virginia”, situada en la parte sur de la costa atlántica norteamericana.
En 1585, una pequeña colonia, de unos 108 hombres, fue establecida en la isla Roanoke, en la costa sur de la bahía de Chesapeake. Ahí, los colonos trataron de construir un fuerte y un pueblo, y de comerciar con los indios, mientras Grenville regresaba a Inglaterra en busca de refuerzos y nuevos suministros. Cuando llegó de vuelta a Roanoke, la colonia había quedado desierta porque los colonos habían retornado a Inglaterra en la flota de Drake. Grenville, no obstante, dejó un pequeño retén de quince hombres y regresó a Inglaterra en busca de nuevos reclutas. Este grupo tuvo un triste final; nada se volvió a oír de ellos, y no se conoce nada sobre su destino. En 1587, se hizo otro esfuerzo para colonizar la zona, con un grupo de 117 hombres, mujeres y niños organizado por John White. Obligado a regresar a Inglaterra para organizar el apoyo a la colonia, una vez allí encontró al país preparándose contra el ataque de la armada española, así que la guerra le impidió regresar a Roanoke hasta 1590. Cuando finalmente llegó, la colonia había desaparecido misteriosamente. Con el final de Roanoke, los planes ingleses de colonización de la América del Norte fueron desplazados en favor de la piratería, en cuanto la guerra marítima con España alcanzó su punto más alto los últimos años del siglo.
Estos primeros experimentos ingleses de colonización tuvieron su importancia. La empresa de Gilbert de 1583 había suscitado un fuerte interés tanto entre los círculos políticos como entre los intelectuales, y ambos reflejaron y animaron las aspiraciones inglesas de fundar un imperio colonial en el Nuevo Mundo. En particular, se dio impulso a la compilación y publicación de obras que contribuyeron considerablemente al avance de la causa de la colonización, tanto al reunir información sobre viajes al oeste y extraeuropeos, como al argumentar sistemáticamente en favor de la colonización de las Américas, como una manera de aumentar en el futuro la prosperidad y el poder ingleses.
Los más importantes de estos escritos fueron los de Richard Hakluyt. Miembro del círculo de expansionistas isabelinos que incluía a Gilbert y Raleigh, Hakluyt propuso un elocuente argumento para convencer a la Corona del deber de apoyar empresas de colonización. Convencido de que la mejor manera de que Inglaterra aumentara su riqueza e influencia estaba en el comercio ultramarino y en las colonias en América, Hakluyt se esforzó mucho en hacer la idea de la colonización respetable y viable. En 1580, antes de que Gilbert navegara hacia América, Hakluyt había publicado su Principales Navegaciones, en el que reunió información contemporánea sobre viajes a ultramar para demostrar el potencial de la empresa ultramarina. En 1584, dio un paso más, escribió un Discurso sobre la plantación occidental, con el fin de persuadir a la reina y a sus ministros de apoyar los planes de Raleigh de una colonia en Norteamérica. Esta fue la primera declaración sistemática de argumentar en favor de la colonización americana, y proporcionó un poderoso apoyo intelectual para los primeros proyectos coloniales de la última parte del siglo XVI y para los que les siguieron al principio del siglo XVII. ¿Qué subyacía, pues, en este creciente interés por las colonias, y cuáles eran las ideas y métodos de los hombres que intentaron ponerlos en práctica?
Los escritos de Gilbert, Hakluyt y Raleigh muestran la poderosa influencia que España ejercía sobre el pensamiento y la acción ingleses, tanto como ejemplo como en calidad de enemigo. Estos propagandista de la colonización, junto con un número menos conocido de contemporáneos, estaban convencidos de la necesidad de establecer colonias, por tres razones fundamentales: Primera, ellos la encontraban como una manera de encontrar riquezas como las que habían construido el poderío español; segunda, querían bases en el Nuevo Mundo desde las cuales Inglaterra prosiguiera su guerra con España; tercera, relacionaban la “plantación” colonial con el bien de la sociedad y la economía de Inglaterra, alegando que esto aliviaría los problemas sociales internos, al proporcionar una salida a los desempleados y pobres, al tiempo que estimularía la economía nacional al crear un nuevo mercado para los productos ingleses, especialmente para los tejidos de lana. Al vender tierras a los católicos ingleses que querían escapar de la persecución religiosa interna, sir Humphrey Gilbert anticipó una idea que después desempeñaría un papel importante en la colonización anglonorteamericana. La idea extraída de los hugonotes franceses de una América que sirviera como refugio para las minorías religiosas disidentes.
Todas estas ideas derivaban, directa o indirectamente, de la interacción y de la lucha política de Inglaterra con España. El sueño de encontrar metales preciosos estaba evidentemente inspirado por el ejemplo español, y reforzado por el creciente reconocimiento de que el formidable poder militar de España en Europa extraía mucha de su fuerza del influjo del tesoro americano. El plan de crear colonias militares fortificadas en el Nuevo Mundo también emanaba directamente de la lucha con España, pues tales asentamientos fueron concebidos como bases de ataque de la flota española. Del mismo modo, la preocupación de crear colonias para estimular la economía inglesa derivó también de forma indirecta de la interacción con España. El colonialismo español no sólo demostró el enorme potencial económico de las colonias del Nuevo Mundo, sino que las mismas colonias parecían proporcionar la respuesta a las dificultades económicas de Inglaterra, que se había exacerbado con la interrupción del comercio inglés por el conflicto en Europa. Y, por último, España, aun indirectamente, influyó en la elección de área geográfica para la colonización inglesa. Sus propuestas iban dirigidas a la línea de la costa norteamericana porque, aparte de Florida, ésta era una región que los españoles no pudieron poblar ni defender fácilmente.
A lo largo de la última mitad del siglo XVI, la búsqueda de una ruta que llevara a Asia era de continuo interés, ya por un paso noroeste, y reflejaba la ambición europea existente desde hacía mucho tiempo de dominar o al menos compartir, el comercio asiático de las especias. Pero la imitación del ejemplo ibérico era mucho más obvia en la diligencia con la que los ingleses buscaron los metales preciosos cuando pisaron tierra americana. Para la mayoría, la mejor manera de adquirir tesoros fue robar los de los españoles, pero algunos llevaron su pasión por el oro un poco más lejos, y aspiraron a emular a los hispanos encontrando tesoros y minas indígenas en tierras desconocidas. La obsesión áurea había abrumado a los primeros colonos de Roanoke en 1585, de tal manera, que descuidaron su propia subsistencia, y habrían muerto de hambre sin necesidad de la intervención de los indios. Sin embargo, los defensores ingleses de la colonización no quisieron copiar tan sólo el modelo español, según el cual los europeos dominaban un campo nativo desde los centros urbanos.
En lugar de eso, su idea de la “plantación” en América era crear núcleos de sociedad inglesa en ultramar, modelada en el orden social y político de la metrópoli. Una clara imagen de la clase de colonia en el Nuevo Mundo concebida por los ingleses de la época isabelina se encuentra en un documento redactado por Humphrey Gilbert previo a su viaje de colonización a Terranova en 1583. Básicamente, Gilbert se veía a sí mismo y a sus herederos como los señores de una nueva tierra, gobernando una jerárquica sociedad agraria parecida a la de la misma Inglaterra. Gilbert pensaba que un caballero debía recibir grandes concesiones de tierra, las cuales serían pobladas por sus propios arrendatarios, traídos consigo para crear una clase de labradores ricos. La gente pobre también sería enviada a expensas del gobierno, presumiblemente para proveer aparceros, artesanos y agricultores. De acuerdo con su plan, los colonos proporcionarían equipo militar y pagarían impuestos señoriales a Gilbert y sus herederos. Para completar ese microcosmos de la sociedad agrícola inglesa, las fincas iban a ser prorrateadas por la Iglesia anglicana para mantener un establecimiento eclesiástico de párrocos, obispos y un arzobispo, con la tierra dividida en parroquias cuyos miembros pagarían diezmos.
Sin embargo, es interesante notar la interacción de los proyectos de colonización de América que se presentaron a lo largo de esta etapa con la experiencia inglesa en Irlanda. El esfuerzo de poner a Irlanda bajo el efectivo control inglés y de poblarla con colonos protestantes había comenzado en el decenio de 1570 y aún estaba en marcha en el tiempo en el que los ingleses empezaron a contemplar los planes de colonización de las Américas. Desde luego, la situación encontrada en Irlanda difería de muchas formas de la de América, ya que Irlanda era una región poblada al alcance de Inglaterra, con unos contactos culturales y políticos largamente establecidos y un sistema ya fijado de administración civil y militar inglesa. Sin embargo, hubo formas en las que la colonización inglesa en Irlanda se relacionó con el surgimiento de las ideas y métodos de colonización de América.
En primer lugar, las regiones de Irlanda y América las ambiciones privadas interactuaban con razones de Estado para motivar la colonización, ya que tanto Irlanda como América fueron vistas como escenarios de una más amplia lucha contra España (en la cual Irlanda tuvo que ser defendida contra la posible subversión e invasión a Inglaterra por parte de España, mientras que la costa americana tenía potencial como base militar para atacar los barcos y las colonias españolas en las Indias). La diferencia más importante a este respecto fue que la colonización irlandesa recibió fuerte apoyo del Estado isabelino, mientras que los proyectos americanos no recibieron prácticamente ninguno.
. En segundo lugar, otra influencia de Irlanda sobre la colonización angloamericana iba a ser conocida sólo a largo plazo. Fue el hecho de que la corriente de emigrantes ingleses a Irlanda antes de 1630 convirtió la idea y la práctica de la colonización ultramarina en parte de la experiencia de la gente común en la sociedad inglesa, preparando el camino para la “gran migración” de ingleses a Norteamérica más o menos después de 1630.
El gran impulso colonizador inglés en América iba a producirse luego de un cambio en las condiciones políticas a principio del siglo XVII, cuando Jacobo I sucedió a Isabel, e Inglaterra llegó a buenos términos con España. Cuando la paz entre Inglaterra y España fue formalmente restablecida en el Tratado de Londres de 1604, los ingleses no habían establecido todavía colonias en las Américas, y España aún insistía en su soberanía exclusiva sobre la totalidad del hemisferio occidental, exceptuando Brasil. Pero por este tiempo España estaba demasiado debilitada para hacer frente a esta pretensión mientras que los ingleses eran ahora más capaces de retarlo. Bajo el gobierno de Jacobo I, la piratería fue reducida, haciéndola menos provechosa, mientras que la comunidad mercantil inglesa, sobre todo la de Londres, comenzó a tomar un interés más activo y agresivo en la colonización americana. Esto dio un énfasis creciente a la función mercantil de las colonias como mercados y fuentes de comercio, que podrían fortalecer la economía inglesa, la idea de la “plantación” del siglo XVI dio paso a la noción de colonias orientadas al mercado de ultramar. Cuando esto se fundió con la búsqueda de los disidentes religiosos de un refugio en el que ellos pudieran preservar sus principios y construir una nueva vida, permitió que, al cabo de unas cuantas décadas, los sueños de los propagandistas coloniales isabelinos dieran nacimiento a las primeras coloniales inglesas duraderas en las Américas.
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La colonia perdida de Roanoke