El espejo del baño – Gabriel García Cataldo

               Una vieja historia de antipatía

Esta es una historia real, los últimos hechos narrados aquí se sucedieron en 2020 durante la pandemia que asoló al mundo, por solicitud de los sobrevivientes se han cambiado algunos nombres. Por respeto a los difuntos, el resto se relata tal como ocurrió.

 

                                                                   

                                                        El espejo del baño

 

En recuerdo de mis profesores de piano, guitarra, teclado electrónico y también los de la materia Educación Musical de la secundaria, que hicieron lo que pudieron.

 

Con el Tatá LoBronco coincidimos un año en la Escuela Militar de Aeronáutica, él cursando el último año, al momento en que mis compañeros y yo nos adentrábamos a la vida de internado de los cadetes, al cumplimiento estricto de horarios y al régimen militar, pero siempre con nuestra mente puesta en ser aviadores algún día.

Si bien casi no tuvimos contacto con él al principio, con el pasar de los días iríamos conociéndolo, como lo hicimos con casi todos ellos y enterándonos de su personalidad tan particular. Más tarde compartiríamos algunas actividades de la vida del cadete, como lo son la instrucción militar, las guardias, hasta la propia convivencia de solo un año, pero que nos hizo sentir su férreo carácter.

En aquellos inicios no esperábamos mucho más que de nosotros mismos, de lo que pudiéramos ir aprendiendo y de la experiencia que pudiéramos acumular en el corto tiempo que llevábamos desde nuestro ingreso.

Su simpatía no era lo relevante en su persona y menos hacia nosotros “los recién entrados”; tampoco era que lo esperábamos. Pero al menos un poco de cortesía, de amabilidad, de camaradería. Nada de eso. ¡Un tipo “duro” de los de verdad!

Nuestra Fuerza Aérea tiene pocas unidades y no resulta extraño coincidir con compañeros o conocidos en alguna de ellas. Los años pasaron y se dio también que compartiéramos el mismo destino en el área de Carrasco, pero sin tener ninguna relación de dependencia, o de trabajo, o más bien, ninguna relación, a lo sumo algún saludo obligatorio en caso de un cruce ocasional, o hasta accidental, en lo particular trataba de evitarlo.

Ya no los años, sino que el tiempo entero había pasado y nos había vuelto a encontrar. Esta vez retirados de la actividad aeronáutica, veteranos, peinando canas (aunque él las peinó desde muy joven) y que por iniciativa de algunos de sus compañeros de promoción, hicimos una reunión y cena de camaradería compartida. Ellos, que habían sido “nuestros” clases y nosotros, que habíamos sido “sus” aspirantes sentíamos cierta familiaridad, algo así como una complicidad con muchas historias en común; en definitiva fue de ellos que aprendimos a convivir y a sobrevivir la vida de pupilos en un instituto de enseñanza militar. La relación entre los integrantes de ambas tandas, más cercana o más alejada, con más o poca confianza, entre unos y otros, siempre fue muy llevadera, cordial y hasta de más cercanía que con otras promociones, surgiendo en muchos casos una amistad que fue más allá de la camaradería.

Es así que el Tatá LoBronco entre saludos, conversaciones, risas y alguna que otra “chanza” que se le hizo, pasó desapercibido y fue uno más en la reunión sin que nadie nombrara viejas y repetidas historias de las que, seguramente, nadie quería acordarse en aquellos momentos de solaz esparcimiento.

“Recuerdan cuando el Enano Soria…” –dijo uno, tan alto que prácticamente todos los allí presentes, hicimos un silencio sepulcral porque sabían, o se imaginaban lo que venía–, “… que mientras el “coiffeur” le cortaba el pelo  –era el mismo peluquero de la B.M. y A. que se hacía llamar “coiffeur”–, le propuso ponerle un producto que matizaría sus canas, pero sin llegar a teñirlas.

El Enano como todos sabemos, muy rápido en su reaccionar, le sugirió al autoproclamado “coiffeur” que le hiciera la propuesta del matizado de canas al capitán LoBronco, cuando tuviera la oportunidad: “…porque LoBronco, que es compañero mío, –le decía el Enano–, lo conozco bien, es tímido y retraído y no se va a animar a preguntarle. ¡Propóngaselo!

Días después el autoproclamado “coiffeur” se apersonó al Enano y cabizbajo le dijo: “Mi capitán, el capitán LoBronco me sancionó de arresto a rigor por proponerle hacerle la tinta en su cabello.”

Historia conocida pero causó que las risas fueran por unanimidad, al decir de don Verídico.

Y continuó: “Por supuesto que la sanción no corrió, el Enano Soria habló con el Tatá LoBronco, al que le costó aflojar, pero que al fin terminó por dejarla en libertad”.

Las historias y cuentos, jolgorio y risas en el cálido ambiente de la pequeña barbacoa “C3”, traspasaron el umbral de la medianoche de aquel frío día 14 de agosto de 2018.

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Un par de años más tarde. La pandemia se había establecido y asolaba al mundo.

Luego de una jornada agotadora, pensé que me merecía un buen descanso y sin más rodeos bebí una taza de leche caliente y me fui a la cama.

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Estaba yo con otro grupo de gente, la mayoría eran caras desconocidas, en un almuerzo en un club campestre. No recuerdo ni como llegué al lugar, pero que sorpresa que me llevé al encontrarme con mi querido amigo el “Enano” Soria, que luego del abrazo que nos dimos, socarronamente me dice: “Mirá que vine con el Tatá LoBronco”. Me reí al escucharlo, porque el Enano siempre supo de la animadversión que algunos teníamos para con su antipático compañero, pero conociéndolo, ya que el Enano no da un paso sin antes pensar en alguna broma, directamente no le di crédito.

El ambiente en que estábamos era totalmente atípico a ambos y salvo nosotros dos, el resto de los allí presentes eran totales desconocidos para mí y luego Soria me diría que también para él, así que resumiendo: ¡Estábamos en medio de desconocidos!

De repente, de un grupo que se desarma a las carcajadas veo aparecer la inconfundible cara del Tatá LoBronco en evidente trayectoria hacia adonde estábamos con el Enano Soria, lo cual generó en mi un:

– ¡Noooo!” –que le grité al oído al Enano y continué: – ¡Pensé que me lo habías dicho en broma!”

No tuvimos más remedio que saludarnos con un seco ¡Hola!, y un muy corto apretón de manos.

–¿Vamos a sentarnos? –dijo el Enano, tomando el respaldo de la silla de cabecera y apartándola de la mesa.

Me senté a un lado del Enano y frente a mí, el Tatá.

¡Qué me espera! –me dije para mis adentros. Más que nada pensando en que el almuerzo ni siquiera había comenzado a servirse. Por suerte (para mi), la conversación, al comienzo, versó sobre temas que le concernían a ambos y por unos instantes quedé fuera de la charla.

Mientras ellos opinaban sobre no se que cosa, recordé comentarles mi último logro y que era seguro no lo sabían. En ese momento comenzaban a servir la entrada de un rico plato de fiambres con ensalada rusa. Aproveché el momentáneo silencio para intervenir y cambiar el tema y dije:

–Saben…, acabo de terminar mi “especialización en triángulo” –rápidamente me di cuenta de que solo con eso no me entenderían y agregué–, mejor lo digo por  extenso: “Especialización en el instrumento de percusión idiófono llamado Triángulo”…

Me quedaron mirando como cuestionándome, a lo que continué:

–Esto me permitirá tocar en orquestas sinfónicas y filarmónicas, o en aquellas obras de música culta en que se requiera el instrumento; he practicado mucho y para ello pongo alguna obra en el equipo de audio –en el que he invertido bastante para que reproduzca el mejor sonido que se pueda escuchar­, aclaré– y me siento en la sala donde tomo mi triángulo y su baqueta y espero ansiosamente el momento de intervenir en la pieza musical. Así lo hago asiduamente, al son de grandes orquestas como la “London Philarmonic Orchestra”, la “Dresden Staatskapelle”, o la “Boston Symphony Orchestra” interpretando obras diversas tales como “El Lago de los Cisnes” de Chaikovski, la “Sinfonía en Re Menor N° 1 Titán” de Gustav Mahler, o “Concierto para piano No.1” de Liszt, donde el triángulo se luce en el 3er. Movimiento de esta obra, como instrumento solista. Esto que les voy a contar ahora que quede entre nosotros…, a veces me safo y pongo algún tema de Santana y lo acompaño… –y agregué–, ¡Ese sería un verdadero sueño a ver cumplido!

Mientras nos disponíamos a comer observé sus caras de soslayo; de asombro, la del Enano Soria y el imperturbable e incambiable rostro del Tatá LoBronco, que ya enfilaba hacia su bigotuda boca, el tenedor con un trozo de jamón coronado con la rica ensalada. Ninguno de los dos hizo algún comentario, por lo que continué:

–Todo empezó desde muy pequeño, en Durazno, cuando con cinco años tuve que integrar la “orquestita” de Jardinera y la maestra me dio el triángulo. Hoy pasados los años, seré sincero, yo quería la pandereta, pero mi destino ya estaba marcado –y continué–, años más tarde me enviaron a estudiar piano con la profesora Lila Casavilla de Huber, la que casualmente también había sido profesora de mi madre. Llegué a dar los exámenes de primer, segundo, tercer y cuarto año, correspondientes, con el profesor Hugo Balls en el local de la Coral de Durazno pero, aunque iba viento en popa, definitivamente ese no sería el instrumento que me daría a mi y a mis allegados más satisfacciones que las logradas hasta ese momento, por lo que no llegué a comenzar el quinto año y mi carrera como pianista culminó ahí.

Cómo buen orador, bien aprendido, miraba cada tanto a ambos, que en el caso del Enano Soria su cara mostraba un gesto incómodo de una sonrisa que le dificultaba masticar la comida, mientras que el Tatá LoBronco con su cabeza gacha y sus ojos enfrentados al plato, mantenía impávida la rigidez de su cara, cosa que siempre lo caracterizó.

No mucho después de eso, mis mayores –viendo la necesidad de ocupar mis infantiles horas ociosas–, terminaron por encontrar otra actividad en que, aprovechando que una profesora de guitarra se había mudado al lado de mi casa, comencé mis estudios de vihuela española. Seis meses más tarde abandoné esos estudios debido al gran dolor que me causaba en las yemas de mis dedos al apretar las cuerdas para conformar los acordes. Eso fue para mi, literalmente, una verdadera tortura la que, luego de varios intentos frustrados, por fin logré convencer a quienes habían puesto en mi toda la esperanza de tener un gran guitarrista en la familia. Ese año fue el último que viví que en la ciudad de San Pedro del Durazno; a fines del verano siguiente mi familia y yo nos mudaríamos a la Capital.

Noté que por primera vez el Tatá LoBronco me dirigía una mirada y ya no vi su rostro tan rígido y serio, hasta llegué a notar una cierta y leve sonrisa, me imaginé que tal vez pensando en que le estaba tomando el pelo, o algo así. En fin, eso me hizo sentir un poco más liberado, más alegre que minutos antes; estaba logrando lo que para mí, era casi un milagro: hacer que el Tatá también se sintiera cómodo.

Luego de una guiñada cómplice de Soria continué con mi historia…

–Muchos años habían pasado cuando se me ocurrió comprar un órgano electrónico. Me anoté un curso para aprender a tocar el teclado, hacía las tareas domiciliarias que me ordenaba la profesora y concurría dos o tres veces a clases presenciales, donde debía exponer mis adelantos frente a ella. El avance era muy lento y el método no tenía nada que ver con lo que yo me había imaginado, o recordaba de mis experiencias anteriores. Terminé abandonando con mis estudios y vendiendo el órgano a un pastor de una iglesia evangélica.

Hice una pausa y luego referencié:

–Mi homónimo colombiano, de segundo apellido Márquez, escritor ya fallecido, en un momento de su vida, hizo una especie de retrospección personal del tiempo que dedicaba a esa tarea, escribió: “Más bien voy a dedicarme a la música. Ya comencé a estudiarla con Alejo Carpentier y Maurice Ohana, en París, y ahora me voy para Barranquilla y me pongo a escribir un concierto para triángulo y orquesta. Es que al pobre triángulo lo tienen fregado. ¿Ha visto una partitura para triángulo? Es una vaina en que se pasan páginas y páginas y, de golpe, tin, triste. Yo voy a componer una obra que constituya una rehabilitación del personaje más olvidado de la orquesta; lo pongo al frente del escenario, antes que todos los demás instrumentos, enciendo las luces y hago que la orquesta entera trabaje para el triángulo.”

–¡Pues estoy pensándolo seriamente, pues cómo García Márquez no pudo cumplir con su deseo, me ha dejado la oportunidad de intentarlo yo!

Fue decir esto último y de no creer, el Tatá LoBronco empezó a toser atragantado con la buseca de mondongo que en ese momento comía; el Enano Soria, hasta tuvo que situarse detrás de él y darle unas palmadas en la espalda para que se aliviara.

Ya recuperado, con la cara colorada y los bigotes erizados, me dijo:

– ¡Me hiciste reír y me atoré!

– ¡Esa era la idea! –le contesté.

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El día agotador que había pasado la jornada anterior hizo que me acostara temprano y temprano me había despertado. Por las rendijas de la cortina ya se veía que estaba clareando y el solo hecho de pensar en preparar un rico mate amargo me hizo saltar de la cama. Lo hice lo más silencioso que pude para no despertar a la familia.

Solo en el baño y viéndome al espejo mientras me cepillaba los dientes, me vinieron a la mente las imágenes del sueño que había tenido durante la noche… Al reaccionar que solo había un sueño, no pude contener el ataque de risa que me acometió…

No les cuento el deplorable estado en que quedó el espejo del baño.

Junio de 2020.

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