Mis padres murieron hace más de treinta años pero, aun así, hay noches en que su falta me desconsuela tanto que no consigo dormir. Cuando no aguanto más el insomnio, tomo el teléfono y marco el número de la vieja casa en que me crie. Hasta ahora nunca ha fallado: aunque aquella casa ya no existe –hace ocho años construyeron un centro comercial en su lugar– mi madre siempre me atiende. “Hola, ¿quién habla?”, la oigo decir con su inconfundible voz. Aliviado, cuelgo y me voy a la cama sin responderle: me preocupa que, de contestarle alguna vez, el milagro ya no ocurra nunca más.
También te puede interesar
Vi las imágenes del fusilamiento. Un poste clavado en el suelo, atado a él un hombre joven, vestido con unos pantalones oscuros […]
Había sufrido una caída diez años antes, cuando pasaba unas vacaciones esquiando en Chamonix con su novio. La lesión tenía algo que […]
Cuando algún boliviano llega al mar, aunque este sea ajeno, siempre se trata de un blanco, nunca de un indio. Hubo un […]
El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con ella porque yo estoy […]