El siguiente en caer dentro de la zanja fue su hermano mayor. Ambos habían estado cenando con el resto de la familia hacía un rato, recordando trastadas de la niñez, y ahora gritaban al unísono con todas sus fuerzas mientras se dejaban las uñas escalando sin éxito la tierra húmeda, removida.
Un ruido les hizo girarse de golpe y descubrieron con horror a Coco, el caniche enano de su hermana. Lo habían lanzado dentro y el animal parecía malherido, temblaba de dolor.
Esto ya era demasiado. De acuerdo que era una broma original colocar un montón de hojas secas ocultando una zanja en mitad del jardín el Día de los Inocentes, pero el perro gemía inconsolable. Tenían que sacarlo de allí.
Estuvieron voceando durante horas, insultaron a toda la familia, uno por uno, acusándoles de tan macabra idea. Cuando nombraban a su hermana, y haciendo honor al rey de Roma, apareció al borde del agujero la menuda silueta de la pequeña de la familia.
Extendieron los brazos, atropellándose por ver quién era el primero en salir mientras ella estiraba su cuerpo todo lo que podía, y cuando ya casi rozaba las manos de sus hermanos alguien le propinó un puntapié en el trasero y fue a caer de cabeza al fondo del pozo.
Sus hermanos la asaltaron a preguntas mientras la zarandeaban, pero ella, incapaz de hablar, se deshacía en lágrimas abrazada a su maltrecha mascota.
Empezó a caer tierra sobre sus cabezas y la oscuridad se fue consolidando.
Su madre los enterró a todos.