En los inicios del siglo XX, un Uruguay afirmado institucionalmente enfrentaba el último capítulo de las luchas civiles e iniciaba un periodo reformista alimentado por una generosa inmigración, un crecimiento de la inversión extranjera y el desarrollo y modernización de su producción agropecuaria.
José Batlle y Ordoñez va a ser la figura política tutelar en las tres décadas siguientes. Durante su primer mandato presidencial (1903-1907) se produjo la última guerra civil de 1904. El resultado para el Uruguay tuvo un final auspicioso al integrar a los dos partidos tradicionales, blancos y colorados, aventar futuros enfrentamiento e iniciar conjuntamente una serie de reformas sociales, políticas y económicas que lo introdujeron de forma auspiciosa en la era contemporánea. El contexto internacional estuvo marcado en las primeras tres décadas del siglo XX por la Primera Guerra Mundial, la declinación de las potencias europeas y el surgimiento de los Estados Unidos como poder hegemónico. La revolución industrial produjo grandes cambios sociales, una afirmación de las nacionalidades, el triunfo de las ideas liberales y la aparición de una “democracia de masas” cuya mayor visualización lo expresa la universalización del sufragio. El Uruguay daría una respuesta ejemplar con la institucionalización del sufragio primero únicamente masculino y luego incluyendo a la mujer.
Uruguay contaba, a inicios del siglo XX con un millón de habitantes de los cuales trescientos mil residían en Montevideo. La modernización del Puerto de Montevideo en 1909 hacía más fluido el intercambio del comercio internacional, la extensión delas líneas férreas facilitaban las comunicaciones, los abonados telefónicos crecían, aparecían los primeros automóviles y surgían innumerables pequeñas industrias: frigorífica, textil, metalúrgica, construcción, artes gráficas, entre otras. En el plano cultural se consolidaba la llamada “Generación del 900”, una larga lista de intelectuales de alto nivel de los cual se distinguían José Enrique Rodó reconocido internacionalmente; poetas y escritores Herrera y Ressig, Florencio Sánchez, Delmira Agustini.
José Batlle y Ordoñez, Presidente de la República por dos períodos (1903-1907 y 1911-1915) puso fin al sistema de coparticipación que garantizaba la representación del Partido Nacional en el poder. Aparicio Saravia, el caudillo blanco muerto en Masoller, dejó acéfalo un liderazgo de proyección nacional. Sus sucesores contaron como principal figura a Luis Alberto de Herrera. Bajo su liderazgo lograron integrarse al proyecto reformista de profundos cambios sociales y políticos que caracterizaron a este periodo de la historia nacional. El Partido Nacional y el Partido Colorado modernizaron sus estructuras con propuestas que culminarían con la puesta en vigencia de la Constitución de 1919 donde se establecía el voto secreto y consolidaba un sistema liberal, democrático y republicano.
Con Batlle, la separación de la Iglesia y el Estado se efectivizó luego de una ardua disputa. Su sucesor, Claudio Williman tuvo un gobierno caracterizado por la buena administración que permitió el primer superávit presupuestal. En 1907 se abolió la pena de muerte, se instaló la Suprema Corte de Justicia, se crearon las intendencias municipales y se estableció el monopolio del Estado en la explotación comercial y administración del Puerto de Montevideo. Debió enfrentar la oposición de organizaciones obreras: la huelga ferroviaria de 1908, contingencia superada por la autoridad del gobierno decretando la prohibición de reuniones y el cierre de locales sindicales. Fue en este periodo donde surgen el Partido Socialista en torno a la figura de Emilio Frugoni y la Unión Cívica de militancia católica donde se distinguía el liderazgo de Juan Zorrilla de San Martín.
El espiritualismo y racionalismo que predominaban en Batlle y Ordoñez van a tener la máxima expresión en su segunda presidencia para llevar los cambios dentro de una estructura democrática y liberal. Según él, el Estado debía intervenir decididamente en las cuestiones sociales y económicas, y arbitrar las relaciones entre el trabajo y el capital. Así fue como se aprobó la creación del Banco de Seguros del Estado, la nacionalización del Banco de la República, del Hipotecario y la creación de las Usinas Eléctricas del Estado, Administración Nacional de Puertos, el Consejo Nacional de Educación Primaria y Normal Liceos Departamentales, Comisión de Educación Física y la Universidad de Mujeres.
En 1913, Batlle propuso una reforma de la Constitución para institucionalizar el denominado colegiado, es decir sustituir al Presidente por una Junta Nacional de Gobierno integrada por nueve miembros. Esto provocó la oposición de los blancos y el surgimiento de un sector en el Partido Colorado liderado por Pedro Manini Ríos conocido como riverismo, Batlle no logró concretar su propuesta reformista y su sucesor Feliciano Viera llevó adelante el proceso que culminó con la Reforma de la Constitución que entró en vigencia en 1919. El proyecto para establecer el colegiado fracasó y un pacto interpartidario posibilitó la aprobación de la nueva Constitución estableciendo un Ejecutivo bicéfalo con un Presidente de la República y un Consejo Nacional de Administración. La nueva Constitución consagró la libertad y pureza del sufragio, el respeto de las minorías y la libertad de prensa, entre otras cuestiones, logros que consolidaron la vida institucional y definieron al Uruguay como una nación democrática, republicana y liberal.
Dentro de los partidos tradicionales se fueron creando sectores que rivalizaban en sus planteamientos políticos; Luis Alberto de Herrera prevalecía en la interna del Partido Nacional, mientras José Batlle y Ordoñez mantenía con cierta preminencia en el Partido Colorado hasta el día de su muerte en 1929. Diversas críticas eran formuladas por el nuevo sistema de un Ejecutivo bicéfalo en el entendido que hacía lenta la toma de decisiones, perjudicaba la gobernabilidad y diluía las responsabilidades. Esta ineficiencia obligaba a una constante política de compromiso entre los distintos sectores de los partidos políticos.
Con más de 8 millones de cabezas de ganado vacuno y más de 26 millones de lanares, la riqueza ganadera seguía constituyendo el primer rubro de actividad económica. El mejoramiento de las razas a través del mestizaje del ganado, la instalación de modernos frigoríficos e inversiones estadounidenses e inglesas (fábrica Liebig de Fray Bentos y posteriormente, en 1922, Frigorífico Anglo) mejoraron significamente la industrialización de la principal actividad exportadora. Mientras tanto, ciertas políticas de Estado permitieron un incremento de la actividad agrícola: en 1903 no se llegaba al medio millón de hectáreas cultivadas, en 1916 se sobrepasó el millón de hectáreas dedicadas a la agricultura. Diversas leyes permitieron, además, el crecimiento de la industria textil, molinera, la producción de azúcar, cuero, cemento, entre otras. El desarrollo del transporte y las comunicaciones (líneas férreas, carreteras de macadán, teléfonos, puertos) se ajustaba a las mayores demandas de una población en aumento gracias a las últimas oleadas inmigratorias de 1905-1914 y 1919-1930. Las Presidencias de Baltasar Brum, José Serrato y Juan Campistegui además de promover la industria de capital privado permitieron el desarrollo de las empresas del Estado estatizadas.
Culminaba así un periodo de treinta años de grandes transformaciones: leyes sociales, amplia participación en Estado, una generación de brillantes intelectuales, escritores y artistas plásticos. La fuerte intermediación de los partidos políticos entre el pueblo y el Estado y una Constitución de 1919 con probadas virtudes y una incógnita en la formulación política cuya gobernabilidad estaba cuestionada por la vigencia de un atenuado colegiado integral propuesto José Batlle y Ordoñez.