Los hombres corren a sus casas y las mujeres abrazan a los niños y cierran con presteza las contraventanas. Envuelta en un estruendo de cascos de caballos y casacas de malla, la guardia de jenízaros avanza por las callejas de la villa conduciendo a empellones a los rebeldes apresados en el monte Vermión. Los sucesos acaecidos durante el pasado carnaval han dado origen a esta aleccionadora venganza.
Panayotis, Andreas y otros cuantos vecinos corren calle abajo hostigados por los jinetes con los brazos atados a la espalda. Hace meses se echaron al monte junto al armatolós (soldado cristiano) Karadimos después de asesinar al capitán de la patrulla turca que venía a reclutar a los niños para la guardia del sultán. Al final de la calle, Panayotis se lanza por unas escaleras sin poder apenas apoyarse en su pierna derecha. Se sumó a la revuelta para que no se llevaran a su hijo y volvería a hacerlo si pudiera. Este tributo humano es indignante, y los cristianos del imperio lo vienen soportando desde hace más de tres siglos, junto con el secuestro de las niñas para los harenes.
Los caballos escupen espuma. Panayotis sangra por un oído y tiene roto el labio. Odia y comparece a los jenízaros que vienen fustigándole porque son los hijos robados de los griegos, el satánico invento de la Gran Puerta (gobierno del Imperio Otomano) para que sus oficiales sean elegidos entre esclavos adoctrinados y deshumanizados y no entre hombres libres que puedan dar origen a una dinastía militar. Ahora llegan todos a la plaza vacía. Las órdenes del capitán turco resuenan como látigos en las esquinas y se oye pronunciar el nombre de Silahdar Ahmet Celebi, el oficial asesinado. Algunos de la guardia descabalgan y se aproximan a los prisioneros. Panayotis sabe que va a morir y reza sin palabras a Dios y a la Virgen. Ignora, sin embargo, que su cabeza será enviada a Tesalónica y expuesta en una pica para advertencia y escarmiento de padres indóciles.
Pedro Olalla, Historia Menor de Grecia. Una Mirada Humanista. 2022.