La lógica de la historia de América Latina del siglo XX debe ser interpretada desde su relación con los Estados Unidos. La dinámica norte-sur proclamada por el político y economista francés Michel Chevalier (1806-1879) que se produce en la Europa germano-latina, no existe para su interior en la América española.
La marcha este-oeste norteamericana es un éxito inconmensurable al permitir el desarrollo de un Estado Continental Industrial que aventajará a los Estados Nación Industriales europeos, confirmando de esta manera, el preciso axioma geopolítico de los espacios crecientes de Fiedrich Ratzel (1844-1904, geógrafo alemán, fundador de la Geografía Humana). Precisamente, su publicación “La ley de los espacios crecientes” da una clara explicación al proceso que se inicia desde los espacios mínimos en expansión de la revolución agraria a la concentración de las ciudades; más tarde, se estructuran sociedades más amplias y se inicia la conquista de otras ciudades Finalmente, los imperios conforman grandes espacios unificados en la diversidad. Con las Naciones Industrializadas estos grandes espacios están interconectados y los Imperios son más orgánicos.
El poder impulsa a los Estados Unidos a intentar asumir y conducir el destino de América Latina. En esa disputa, en esa relación más conflictiva que integradora, surge para ésta la necesidad de conformar una entidad supranacional que dispute en un plano más igualitario la relaciones de poder.
América Latina
Para entender este proceso es necesario apelar a una visión de conjunto e iniciar un breve itinerario histórico que explique los acontecimientos de la historia de América Latina en el siglo XX.
América Latina se configura a través de tres grandes acontecimientos; “saltos” históricos, cuyas características definen y configuran el futuro próximo.
Los grandes imperios aztecas e incas de la época precolombina no logran comunicarse entre sí. La conquista y colonización española-lusitana en un período de cuarenta años (1520-1560), articulan el nacimiento de América Latina. Su edificio se construirá a partir de tres núcleos básicos: México, Perú y Brasil. El Reino de Castilla y del Portugal del siglo XVI demuestran su capacidad de poder expresada significativamente por la velocidad de comunicación del buque oceánico y la combinación jinete-caballo hacia el interior geográfico de los vastos territorios americanos.
La fundación de ciudades es un rasgo capital en el proceso fundacional y a partir de ellas se conforma un nuevo “Círculo Histórico Cultural” cuya característica es el mestizaje cristiano: “Todo el mundo lo reconoce como América Latina. Se llama así porque intenta abarcar los dos rostros básicos que la constituyen: el luso-mestizo brasileño y el hispano-mestizo. Es el sello del origen bifronte principal. Sólo la unidad bifronte es “Latinoamérica”. Sin Brasil no habría América latina, solo habría Hispanoamérica. México, Centroamérica y el Caribe solos, La Comunidad Andina sola, serían Hispanoamericanos, no latinoamericanos (salvo la pequeña gota haitiana). Pero no hay destino sólo hispanoamericano, sino latinoamericano. El colombiano bolivariano Joaquín Torres Caicedo acuñó la expresión “América Latina” a mediados del siglo XIX para incluir a Brasil y Haití. Brasil es de lejos el principal. Y Brasil es sudamericano. Esto acrecienta lo decisivo de América del Sur. América del Sur ya es América Latina. Lo más consistente de América Latina. Donde se gana o se pierde América Latina”. (Alberto Methol Ferré)
Luego de 250 años de fuerte lazo con la metrópoli y disgregado hacia el interior, sobreviene el segundo gran acontecimiento: las luchas por la independencia (1808-1830) de la cual surgen quince países agroexportadores, con marcada dependencia económica inglesa y dominio cultural francés. Es un mundo de jinetes limitado por los espacios y la geografía.
Hay líderes que a distintos niveles intentan cohesionarlos; Simón Bolívar, consciente de la pérdida de la comunicación oceánica en manos inglesas, habla de una “nación de repúblicas”, una propuesta de confederación. Signo frustrado del Congreso de Panamá de 1826.
Las nuevas repúblicas estrechan sus vínculos con Europa y presentan una disgregación hacia adentro con disputas fronterizas.
Sin embargo, la conciencia latinoamericana se va construyendo de a poco. El plano ideológico-político, es acompañado por un incremento de la comunicación física (mar, tierra, aire) y cultural. Este proceso iniciado, principalmente, a comienzos del siglo XX, culmina con el gran tercer acontecimiento, cuyo epicentro se encuentra en las regiones: Mercosur, Pacto Andino, Comunidad Centroamericana. Su vértice inaugural es la alianza argentino-brasileña de julio de 1990 y, oficialmente, en el Tratado de Asunción de marzo de 1991 creando el Mercado Común del Sur. El siglo de la globalización ha llegado y surge con fuerza el proceso de integración.
A la generación del novecientos le corresponde el mérito de proyectar la integración latinoamericana del siglo XX. Inaugura intelectualmente la visión de recuperar la unidad del “círculo cultural latinoamericano”. Es precisamente, la sensibilidad histórica de José Enrique Rodó la que permite, a través del “Ariel” interpretar y proyectar una nueva conciencia latinoamericana. La mejor respuesta futura la hallará en la juventud universitaria y a ella dirigirá su discurso. La prédica se inicia a través de sus artículos y libros, y apela a la identidad que proviene de las propias raíces históricas diferenciadas del espejo europeo.
José Enrique Rodó es el primer gran impulsor, lo continúan el argentino Manuel Ugarte (“El porvenir de la América Latina”, 1910) y el peruano Francisco García Calderón (“Las democracias latinas de América”, 1912 y “La creación de un continente”, 1913), en quienes culmina la percepción del novecientos de una América Latina históricamente unida.
La dinámica generada por Rodó se dimensiona en los congresos estudiantiles (Montevideo 1908, Buenos Aires 1910 y Lima 1912) e incursiona en las clases medias de países latinoamericanos. José Vasconcelos desde el Ateneo de la juventud mexicana es el baluarte heredero, al que se unen intelectuales como Alfonso Reyes, Henrique Ureña y Antonio Craso.
Estados Unidos
Frente al “círculo histórico cultural” de la América Latina otra extendida geografía alberga a dos países. Uno de ellos se configura como un Estado Continental Industrial de raíces anglosajonas, mientras Canadá integra las vertientes inglesa y francesa. Observando las experiencias española y portuguesa, Inglaterra y Francia iniciaron en el siglo XVII la colonización de América del Norte. Al móvil de la conquista y el comercio, le agregaron el atractivo de la explotación de riquezas minerales y la extracción de materias primas.
En 1776, “No impuesto sin representación” se constituirá en un símbolo de la independencia de los Estados Unidos. Trece antiguas colonias británicas constreñidas entre las montañas Apalaches y el Océano Atlántico iniciarán un proceso de expansión territorial y una ingeniería política-institucional de inusitada coherencia. El francés Alexis de Tocqueville (“La Democracia en América”, 1835) exaltaba la aptitud y capacidad de los líderes norteamericanos; Michel Chevalier su marcha incontenible hacia el oeste para transformarse como una gran Inglaterra hacia el Atlántico y un gran Japón hacia el Oriente. En ese proceso quedará demostrado el esfuerzo coherente de sus gobernantes para conformar el primer gran Estado Continental.
El proceso se inicia con una Confederación en 1778, más tarde un Estado Federal en 1787. En este mismo año, una ley de colonización agraria se constituye en la columna vertebral de su expansión hacia el oeste: nacionalización de las tierras hasta el cauce del río Mississipí, su subasta pública y reglas para determinar la nueva creación de Estados federados. En la paz de Versalles de 1783 firmada por Inglaterra, Francia, España y Portugal, le reconocen su jurisdicción hasta el río Mississipí y su libre navegación. Aspiran, también, a incorporar el Canadá y son frenados por Inglaterra; de Napoleón y con la protesta diplomática de España adquieren la Luisiana francesa en 1803; la Florida Oriental y Occidental en 1811 y 1819 respectivamente; Texas, California y Nuevo México en 1845, 1848 y 1853; con Inglaterra acuerdan los límites con Canadá e incorporan definitivamente el territorio de Oregón y, finalmente, le compran a Rusia el territorio de Alaska en 1867.
La lógica geopolítica de centros y periferia (en donde el Estado hegemónico impone a las otras Naciones las condiciones de adaptarse o resistirse), se manifiesta cuando España -a principios del siglo XIX- resigna su monopolio comercial a terceros ante el bloqueo marítimo inglés. Otro ejemplo es la Francia de Napoleón cuando fracasa en su intento de conquistar Haití, paso previo de una planeada ocupación efectiva de Luisiana. El resultado final es la venta de este territorio francés al Presidente norteamericano Thomas Jefferson.
La primera víctima de este proceso es México. Ante el desmedido propósito de la expansión norteamericana, el gobernante Partido Conservador mexicano gestionó el apoyo francés de Napoleón III. Instancia que culminó con la coronación de Maximiliano I como emperador de México -un príncipe europeo de la casa austríaca de los Habsburgo-, y la consabida presencia militar francesa en México entre los años 1854 y 1860. El propósito de Francia fue la del apoyo al sur esclavista como una forma de contener a la potencia emergente de los Estados Unidos.
Inglaterra compartía la preocupación francesa por contener a los Estados Unidos. Sus intentos de frenar la expansión a través de acuerdos con los norteamericanos fracasó y el proceso culmina con el éxito norteamericano y la proclamación de la llamada doctrina Monroe, sintetizada por la expresión de “América para los americanos”. Quedó abierto, de esta manera, el camino hacia las Antillas y la hegemonía continental de los norteamericanos.
En los inicios del siglo XX, Estados Unidos ya es una potencia mundial. América Latina ya no podrá sustraerse a su influencia cultural, política y económica. En ese entonces ya tiene sus estrategas geopolíticos de dimensión mundial como Alfred T. Mahan (1840-1914, historiador y estratega naval estadounidense, autor del fundamentado libro “La influencia del poder marítimo en la historia 1660-1783) quien da a conocer la importancia del dominio del mar e integra el círculo del Presidente Teodoro Roosevelt (1901-1908).
Estados Unidos se estaba preparando para ser la mayor potencia mundial del siglo XX. En 1898 se desencadena la guerra con España por Cuba, Puerto Rico y Filipinas, toma Panamá para ejercer su dominio sobre el estratégico canal interoceánico en 1903, y pone fin a la guerra ruso-japonesa. El patriotismo de José Martí y la opinión pública norteamericana a favor del pueblo cubano, inclinó al Presidente Teodoro Roosevelt a reconocer su independencia, injustamente condicionada por la famosa “Enmienda Platt”, abolida jurídicamente en 1934, en el marco de la política del “buen vecino”.
A partir de 1945, el poderío económico y militar de Estados Unidos no fue el resultado de la posesión o de la apropiación de los recursos naturales de otras naciones, sino el uso y el despliegue de la ciencia y sus aplicaciones. El llamado “progreso técnico”.
Se fueron configurando tres objetivos básicos de su política hacia América Latina: en primer lugar evitaron cualquier alineamiento de los países latinoamericanos con potencias opuestas a la presencia estadounidense en la región; aseguraron su presencia económica en Latinoamérica y, finalmente, el de lograr la consolidación de regímenes estables.
América Latina ha buscado en la integración económica de sus países traspasar los límites de la dependencia. Reunir y complementar sus capacidades con la finalidad de crear un esquema eficiente para competir dentro del orden económico mundial, en términos de igualdad. Para ello era necesario generar capacidades propias de producción, financiamiento e inversiones, desarrollo científico y tecnológico.
Frente al centro de poder hegemónico de una potencia como los Estados Unidos, América Latina no creó una situación de conflicto real. Las relaciones entre ellos se establecieron dentro de cierto consenso, incluidos los límites de la libertad de acción considerados por la potencia hegemónica en beneficio del interés común de la estabilidad regional o la seguridad.
Estados Unidos es un Estado Liberal, es decir, carece de una voluntad rígida de poder. La potencia hegemónica se ve favorecida por el mayor avance científico y tecnológico del mundo y por ser la base de la estructura económica global de la época de referencia. Necesita de un estilo negociador ante los países latinoamericanos como una forma de atender sus requerimientos de desarrollo y políticas de cooperación. Un ejemplo de ello fue la fracasada Alianza para el Progreso del Presidente John Kennedy.
Relaciones conflictivas
En la década del 60, el atractivo de la revolución cubana ganó terreno entre los jóvenes latinoamericanos. Cuando Cuba se presentó como un centro revolucionario para el resto del subcontinente, los gobiernos de sus países comenzaron a preocuparse. El sentimiento antinorteamericano se profundizó en 1961 con el fracaso de la operación militar (Bahía de Cochinos) llevada a cabo por exiliados cubanos opuestos al régimen de Fidel Castro y apoyados por el gobierno de John F. Kennedy. La situación tomó mayor dramatismo con la crisis de los misiles de 1962 (el enfrentamiento EEUU-URSS más grave de la guerra fría) y el rechazo a la intervención norteamericana en República Dominicana. Todos estos episodios hicieron pensar hacia 1970 que el nacionalismo latinoamericano inauguraba un nuevo y vigoroso período.
Sin embargo, los verdaderos problemas de América Latina no se habían solucionado. A pesar de una rápida industrialización, las malas administraciones gubernamentales generaron voluminosas deudas exteriores que paralizaron los intentos de mantener la inversión y alcanzar mejores resultados comerciales. Los gobiernos democráticos parecían cada vez más impotentes para hacer frente a tales problemas. En ese entorno, nada bueno de avizoraba.