El comunismo es una dictadura política puesto que descartó el auxilio parlamentario para la deliberación y la negociación bajo la orientación de los principios liberales, como sustitutos más operantes y estables de la dictadura. Tolera únicamente un solo partido político, con su propio aparato coactivo. Según su teoría, el partido es una aristocracia auto constituida, con la misión de dirigir, instruir y forzar a la gran masa de la humanidad a seguir el camino debido. Es totalitario en el sentido de que suprime la distinción liberal entre los campos del criterio privado y del control público y convierte el sistema educativo en un instrumento de adoctrinamiento universal. Es absolutamente dogmático en su filosofía diciéndose poseedor en nombre del proletariado, de una penetración superior, capaz de fijar las reglas del arte, la literatura, la ciencia y la religión. Asimismo, crea una estructura mental semejante al fanatismo religioso.
El marxismo-leninismo, por su estrategia, es inflexible en sus afirmaciones, ilimitado en sus pretensiones, violento contra sus opositores, inclinado a considerar cualquier concesión de su parte como un recurso temporal y, por parte de los rivales, como un signo de debilidad. Su filosofía social considera a la sociedad como un sistema de fuerzas económicas, entre las cuales se produce un ajuste mediante la lucha y el dominio más que a través del mutuo consentimiento y la concesión. Considera, pues, a la política como una simple expresión del poder. El comunismo, además, levanta una barrera que, en realidad es insalvable porque a través de un racionalismo falseado, el materialismo dialéctico se convirtió en una evolución encaminada a poner fin a la evolución. Antes de su consumación mística de una sociedad sin clases, la civilización se divide en civilizaciones capitalistas y socialistas, tan hostiles que coexisten en un estado de confrontación que sólo puede terminar mediante el dominio de unas por otras y los pueblos se dividen entre los dominados por el proletariado y los dominados por las clases medias. El gobierno es el control de la sociedad por una élite, la única que tiene acceso a la verdad y que goza, pues, del privilegio de dictar la conducta y las ideas.
El único proyecto tangible formulado por el comunismo es la transferencia de los derechos de propiedad de los medios de producción de manos privadas a manos del Estado. Se propuso crear, mediante este cambio, no sólo una economía totalmente planificada sino también una sociedad donde quedara eliminada la explotación del hombre por el hombre. Todas las relaciones humanas debían elevarse a un nivel moral superior. Sin embargo, ha quedado demostrado que ningún “sistema” comunista o capitalista haya transformado el conocimiento de la sociedad. Los “sistemas” son en realidad dos abstracciones y la imagen de un mundo dividido por una controversia entre dos categorías lógicas tiene la irrealidad de una pesadilla.
La solución, ciertamente, no puede reducirse a un “sistema” ni a una formula porque, sustancialmente, es una actitud o una estructura mental moral, en que hombres con aspiraciones opuestas se reúnen para considerar y, si es posible, resolver sus diferencias. En la larga historia de la tradición política democrática, esta actitud ha sido expresada en muchos idiomas filosóficos. Aristóteles lo sugirió cuando dijo que las capacidades distintas del animal humano consisten en la posesión del lenguaje y en una percepción de lo justo y lo injusto. Porque estas capacidades fundan la capacidad humana para formar comunidades distintas por su clase y las sociedades de animales gregarios y estas comunidades crean también la posibilidad de una relación diferente por su tipo de la relación entre el amo y el esclavo. Porque en ellas los hombres se pueden encontrar como ciudadanos, como hombres libres e iguales, entre los cuales las diferencias de rango y autoridad pueden ser cuestiones de mutua aceptación y convicción, de respeto mutuo y de respeto personal, más que de coacción o engaño.
La idea del derecho natural expresa la convicción de que los hombres pueden comunicarse con un espíritu de justicia, de buena voluntad y de buena fe mutua, para plantear sus demandas con cierto grado de contención y con la debida consideración a la legitimidad de las demandas de los demás. La creencia de que esta actitud es humanamente posible y que, como actitud, debe fundar el funcionamiento efectivo de cualquier conjunto de instituciones políticas, está arraigada en la larga tradición del humanismo occidental. De una o de otra manera, todos los movimientos políticos democráticos han tratado de institucionalizar esta convicción, reconociendo al mismo tiempo que ninguna institución puede encarnarla plenamente.
Ningún exponente honesto de la democracia liberal podrá afirmar que los gobiernos democráticos ejercen siempre su poder con la debida consideración a los principios que profesan Solo puede sostener honestamente que esos principios, parcialmente realizados en el gobierno democrático en la culminación de su órbita, son lo mejor que ha creado la sabiduría de la tradición democrática para humanizar la política internacional.
Extractado de George H. Sabine:” Historia de la teoría política”