El discurso – Elbio Firpo

Una tarde apacible en el despacho de edecanes. Sonó el timbre del teléfono.

-Quien?…quien habla?…flaco…no te había reconocido…tanto tiempo…bien …todo bien…cuando el diez de agosto…te nombraron a vos…que viajecito de arena gruesa…como?…no flaco , no, lo siento mucho pero no…si te ayudo en lo que quieras…pero hacer el discurso entero…no es que sea malo flaco, entendé…me rompe ponerme a escribir…y no hay tanto tiempo…si…si…si…está todo bien…bueno, como quieras…llamame si…lo pienso…pero desde ya te digo…no entiendo…Ah….Ah. … que le dirías al Comandante que yo te ayudé?…pero flaco…

El flaco Lasarte es un tipo simpático, sumamente agradable y entrador, estaba en todo y no estaba en nada, era , de alguna manera , la materia pensante de su promoción, un año anterior a la mía. Quienes lo conocen podrán dar fe de su absoluta capacidad para fumar abajo del agua y aún, , si se exigía, de hacer un asado en las mismas condiciones.

Había sido designado para pronunciar el discurso el Día de los Mártires de la Aviación, circunstancia que los coroneles esperaban con cierta inquietud ante la posibilidad de ser elegidos. Esta vez había sido Lasarte. No me cabe la menor duda que, de habérselo propuesto, hubiera escrito un discurso aceptable ,acorde a los lugares y citas comunes esperables en tan significativa fecha. Pero Lasarte quería algo más. Algo que el pensaba que yo podía aportar a su presentación ante el Presidente de la República  y todos los Comandantes en Jefe. Por eso su insistencia telefónica que se repitió al otro día donde, con voz lastimera apeló nuevamente a la amistad que nos teníamos y a los vínculos que relacionaban a nuestras esposas e hijos. Utilizó siempre en diminutivo el apodo por el que me reconocían en la Fuerza Aérea…por eso “ito”…si te animaras “ito”…te estaría siempre reconocido “ito”… Por supuesto que las tácticas utilizadas por Lasarte no eran nuevas, pero la verdad era que en el fondo yo quería hacer el discurso. Y Lasarte lo sabía. A pesar de no compartir el sentido peyorativo del refrán “En el país  de ciegos el tuerto es rey”, algo de verdad tenía el aforismo. Mi temprana afición por las letras se mantuvo incluso dentro de la Institución y cada vez que podía hacerlo ofrecía mis artículos a toda nueva publicación profesional con suerte dispar. Boletines, pasquines, revistas, todo era buena para mis ansias literarias y mi búsqueda de la trascendencia.

No era la primera vez que requerían mis servicios, si se me permite utilizar el término poco feliz. Otros eventos , como retiros por edad o por fechas patrias, hacían que los elegidos para la gloria me solicitaran apoyo. En honor a la verdad debo decir que más allá de las gracias ninguno de los oradores con muletas fue capaz de acercarme una botellita de whisky o un par de habanos a los que soy tan afecto. Pero eso nunca me importó. Una vez me sentí realmente molesto. Terminado de leer sus discurso, es decir el mío, con motivo de su pase a retiro, el disertante de turno , exultante por las felicitaciones recibidas vino hacia mi y me dio un fuerte abrazo. Acto seguido me dijo que la Revista de la Fuerza Aérea le pedía el discurso para ser publicado y si yo tenía algún inconveniente en que lo hiciera. El hombre era Coronel y yo Mayor, había sido mi superior siempre, ahora, a la hora de su retiro, feliz como un niño con un juguete que no era suyo me pedía que se lo regalara. Lo miré fijamente y le dije-Con mucho gusto, mi Coronel, siempre y cuando en la publicación figure mi nombre. Su rostro se transfiguró pasando de la más absoluta felicidad a la más increíble decepción. Se dio media vuelta y se fue sin decir palabra. Una vez lo encontré en 18 de Julio, me saludó esa vez muy afectuosamente. Después me quiso vender un seguro.

El compromiso de Lasarte de comunicarle al Comandante en Jefe de que yo lo ayudaría en la redacción de su trabajo me decidió a aceptar el compromiso. Por supuesto que sabía que eso jamás ocurriría pero, de alguna manera , conformaba transitoriamente mi espíritu hasta que ocurriera la segura decepción de escuchar mis palabras en boca de otro y otro recibiera los halagos sin decir esta boca es mía. Me puse a trabajar de inmediato .  Lasarte me llamaba todos los días urgiéndome  con el discurso. Opté por decirle de malas maneras de que me dejara terminarlo en paz o que lo hiciera el. No volvió a molestar. Lo más patético del asunto era mi propia estupidez. Estaba comprometido con el discurso como si yo lo fuera a pronunciar. Pulía la redacción  relacionando las palabras dentro de la oración y a su vez las oraciones en el orden general del discurso. Lo leía a medida que lo escribía. Acentuaba las frases anotando lo que Lasarte debería destacar con el tono de su voz. Quitaba adjetivos fúnebres. Evitaba toda alusión directa a la muerte y me emocionaba con mi propia emoción al escribirlo.

Finalmente quedó pronto. Lasarte vino apenas le avisé que podía venir a buscarlo. Lo recibí fuera del despacho de los edecanes y se lo entregué. Había subrayado en colores las alternancias que debería darle a su voz y en particular el cierre del discurso. Me prestó poca atención, me abrazó me dio las gracias y se fue loco de contento. No tardó en llamarme. Tenía dificultades con algunas palabras que no conocía. Me pregunté si no tendría un diccionario cerca. No me cuestioné su manifiesta mezquindad. Por el contrario, rápidamente le trasmití la definición de la palabra y el sentido con que la había escrito: Hado, fatalidad, suerte, destino, encadenamiento fatal de los sucesos.

El 10 de Agosto amaneció cubierto y con lloviznas intermitentes. La ceremonia debía iniciarse a las once de la mañana. La caravana presidencial se puso en marcha unos minutos antes, estábamos cerca, el Panteón de la Fuerza Aérea está en el cementerio del Norte. En el Mercedes gris acerado el Presidente , el Jefe de la Casa Militar y el Edecán Aeronáutico, es decir, yo, sentado en el asiento delantero junto al conductor.

La ceremonia del día de los Mártires de la Aviación es muy especial. Al recogimiento natural que impone el cementerio se suma el silencio de todas las unidades de la Fuerza Aérea formadas alrededor del Panteón. Puntualmente , a las once de la mañana comenzó la ceremonia. Con estudiada lentitud Lasarte subió al estrado. Acomodó a su altura el micrófono y empezó la lectura. Si no lo conociera hubiera podido pensar que la emoción , justamente contenida, era sincera. Pero en realidad seguía con absoluta justeza el guión previamente concertado. Casi podía ver el rojo subrayado de las últimas líneas donde la inflexión de la voz debía hacerse grave y sobre el cierre elevarse sin exageración . De inmediato el toque de silencio.  El cielo momentáneamente despejado, permitió el pasaje de una escuadrilla de jets. Pude  ver a Lasarte con rostro adusto , como correspondía a la circunstancia, recibir las felicitaciones. En particular la de nuestro Comandante en Jefe, claramente impresionado por la pieza oratoria pronunciada. La decepción, aunque esperada, invadió mi ánimo. Lasarte jamás hubiera reconocido ante el Comandante que el discurso no era suyo. Mi estupidez no tenía límites. La breve ceremonia había terminado. Comenzaba a llover de nuevo. Como el Presidente tenía otro compromiso oficial en media hora decidió esperar en el auto en una calle lateral del propio cementerio. La lluvia había apresurado el retiro de la gente. Estábamos solos. A prudente distancia la custodia policial. Los motociclistas se habían puesto los amarillos impermeables y esperaban al lado de un gran mausoleo. Gruesas gotas comenzaron a caer sobre el Mercedes. Confortablemente instalado me dediqué a observar la lluvia cayendo sobre los negros mármoles de las sepulturas. De pronto el Presidente empezó un diálogo con el Mastín. Rápidamente mi atención se volvió puramente auditiva.

  • Hacía años que no escuchaba un discurso tan bueno…
  • Realmente-acotó el Mastín- una sorpresa. Y que bien pronunciado.

Tras cuernos palos, pensé para mis adentros mientras me volvía a recriminar mi memez.

  • Como se llama el Coronel que pronunció el discurso? –ahora dirigiéndose a mi.
  • Lasarte, señor Presidente, Ricardo Lasarte-contesté.
  • Lasarte-repitió-muy bueno.

Mis amigos siempre han cuestionado mi sentido de la oportunidad. Frontalmente declaro que nunca lo tuve. En aquella oportunidad esa ausencia provocó el diálogo que reproduzco tal cual lo recuerdo. Acaso, entre otras cosas ,el hecho de no haber recibido nunca un reconocimiento por parte del primer mandatario me empujó al desatino.

  • Pero en realidad el no lo escribió.-dije girando la cabeza . El silencio casi se cortaba. Sobre el techo del Mercedes la lluvia caía indiferente. Después de unos momentos, la pregunta fatal.
  • Ah…no ¿?…y entonces quien fue?
  • Fui yo, señor Presidente. Y volví mi cabeza al frente a la tranquilidad de los sepulcros que el agua pulía. Nueva pausa. Entonces habló el Mastín.
  • Que bien!…Que contento se va a poner su amigo cuando sepa que usted está comentando que el autor del discurso no fue el. –Volví de nuevo la cabeza y respondí con irreflexiva convicción.
  • No es así…mi General…el estuvo de acuerdo en que no ocultaría quien era el autor. De hecho el señor Comandante en Jefe estaba enterado.

No volvimos a hablar. Quince minutos después el Mercedes abandonaba el desierto cementerio. Sobre las ofrendas solitarias seguía cayendo la lluvia.

Una semana después la sorpresa fue grande cuando el Edecán Militar me comunicó que el Presidente quería que le preparara el discurso que pronunciaría al entregar en custodia el sable de Artigas  al Cuartel de Blandengues. Terminó diciendo con su mejor cara de misterio que el asunto era confidencial y su gesto tocándose el cuello con su dedo pulgar  a la altura de la carótida izquierda fue más que elocuente. Eso significaba en buen romance que no podría ir por ahí diciendo que el discurso era mío. Una vez terminado debía entregárselo a el. Tenía dos días de plazo.

El  tema era apasionante. El sable del Prócer. Comencé estudiando a la audiencia. Hombres de a caballo. Eso significaba botas altas, cuero, lanzas, recio olor a caballerizas, gruesos bigotes, tabaco negro. Nada de giros poéticos ni frases de dudosa comprensión. Firme y acerado como la punta de una lanza. Esa noche casi no dormí. A media mañana del día siguiente estaba terminado. Dediqué el resto del día a  corregir la sintaxis y posibles errores de puntuación.  Lo hice pasar a máquina con la secretaria del Presidente de acuerdo a las directivas recibidas. A la tardecita se lo entregué al Edecán Militar en sobre cerrado. Pude entender el dolor de esas madres solteras que empujadas por la desesperación u obligadas por dolorosas circunstancias sociales entregan a sus hijos con la terrible certeza de que los pierden para siempre. No voy a negar que estaba orgulloso de mi obra. Tampoco diré que contenía mensajes subliminales para que la audiencia reflexionara sobre ellos. Hubiera sido una pérdida de tiempo. El día de la ceremonia hacía frío pero el cielo estaba muy azul. El Cuartel de los Blandengues es una hermosa unidad con almenas que recuerdan castillos medievales. La unidad de gala se formaba en la gran Plaza de Armas. Soplaba una brisa suave que hacía ondear los pabellones en lento tremolar. Yo esperaba atento y emocionado. Ni se me había ocurrido subrayar los pasajes en que el disertante debía hacer énfasis como lo hiciera con Lasarte. Solo esperaba que lo leyera bien y que no se comiera las eses. El Presidente comenzó con voz ligeramente altisonante la lectura. Desde el principio me costó reconocer mi propia creación. A medida que avanzaba tomé conciencia que sobre mi obra, apenas reconocida por algunas frases claramente personales, se había practicado lo que en cine se denomina desconstrucción, basado en la descomposición de los modos de significación característicos, una manera de hacer anticine.  El Presidente y sin duda sus más conspicuos asesores, habían desconstruido mi trabajo y logrado algo muy parecido a la obra de Mary  Shelley.  Por lo menos la confidencialidad que se me había impuesto me evitaba salir en defensa del engendro. O mejor dicho de su destrucción.

Lasarte fiel a sus principios, no me pidió permiso para que el Boletín Informativo de la Fuerza Aérea, publicara mi discurso. Por lo tanto la historia recogerá el nombre de Ricardo Lasarte como autor de un discurso que no era suyo.

La modestia es una condición intrínseca a mi personalidad. Pasados tantos años no guardo rencor contra nadie, ni siquiera contra Lasarte. De todas formas, si algún día revisando libros y revista viejas en alguna librería de Tristán Narvaja  descubren el viejo Boletín y hojeando sus páginas encuentran el discurso. Recuerden que es mío y solamente mío, y que el tal Lasarte actuando con absoluta mala fe no solo se apropió de mi trabajo sino que lo publicó bajo su nombre sin mi autorización. Y , tan microbio como siempre, jamás me envío, siquiera,  una miserable botella de whisky.

 

 

Elbio Firpo. Enero 24 del 2008.

 

 

 

 

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