Mezcló como nadie ciencia ficción y humor, dotando a sus relatos de finales sorprendentes e inesperados. A continuación reproduzco El ladrón de gatos, un cuento de Fredric Brown.
El jefe de Policía de Midland City tenía dos gatos, uno de los cuales se llamaba Notita y el otro Memorión. Pero este hecho no tiene nada que ver con que los gatos fueran gatos, pues esta historia se refiere a lo que el jefe de Policía denominó como una inexplicable serie de robos: una ola de crímenes cometidos por un solo hombre.
El ladrón, forzando las puertas, penetró en diecinueve casas o apartamentos en un período de pocas semanas. Aparentemente enfocaba su trabajo con mucho cuidado, y no parecía una simple coincidencia que en cada casa atracada hubiese un gato.
Y que solo robase el gato. A veces descubría dinero a la vista y en otras ocasiones hallaba joyas; pero no les prestaba la menor atención. Al volver a casa los propietarios, se encontraban forzada la puerta o una ventana, que el gato no estaba y que nada había sido robado o revuelto.
Por aquella razón -si es que quisiéramos extendernos sobre lo obvio, cosa que haremos-, los periódicos y el público empezaron a llamarle Ladrón de Gatos.
En el vigésimo asalto -y el primero en que fracasó- lo atraparon. Con la ayuda de los periódicos, la policía tendió unta trampa anunciando que los propietarios de un siamés premiado acababa de regresar de una feria de gatos celebrada en una ciudad cercana, donde el animal no solo se había llevado el premio a la mejor crianza sino el mucho más valioso de ser el mejor animal de la exposición.
Cuando apareció la historia en los periódicos, acompañada de una preciosa foto del animal, la policía rodeó la casa e hizo salir a los propietarios. Era lo obvio.
Dos horas después, el ladrón apareció, forzó la casa y entró en ella. Lo cogieron con las manos en la masa, mientras se llevaba al campeón siamés bajo el brazo.
Al llegar a la estación de policía, lo interrogaron. El jefe de Policía sentía curiosidad, lo mismo que los periodistas.
Para su sorpresa, el ladrón fue capaz de dar una explicación perfectamente lógica y comprensible de la inusual y especializada naturaleza de sus robos. No lo soltaron, claro está, y eventualmente fue juzgado, pero recibió una sentencia muy suave pues incluso el juez reconoció que, aunque sus métodos para conseguir gatos eran ilegales, su objetivo no dejaba de ser laudatorio.
Era un científico aficionado. Para su investigación, necesitaba gatos, los gatos robados eran llevados a su casa y piadosamente entregados al sueño eterno. Luego, cremaba a los gatos en un horno para cumplir sus fines.
Metía las cenizas en jarros y experimentaba con ellas, pulverizándolas en varias gradaciones de espesor, tratándolos de diversos modos, y, a continuación, echando agua caliente sobre ellas. Intentaba descubrir la fórmula para hacer gatos al instante: gatistant.