El relativismo cultural

Todas las sociedades humanas tienen cultura. A veces estamos acostumbrados a llamar “incultos” a los pueblos primitivos o las personas con bajo nivel de educación. Esto es incorrecto desde el punto de vista de las ciencias sociales; todos los pueblos, por más simples que nos parezcan, tienen una cultura, y muchas veces más compleja que la nuestra, en algunos aspectos.

La cultura está formada por un conjunto de conocimientos y creencias, un conjunto de valores, un conjunto de normas sociales y conjunto de medios de expresión simbólica.

La nuestra (…) es una cultura donde nadie se viste sólo por abrigo, nadie conduce un vehículo sólo para ir de un lugar a otro, nadie come sólo para alimentarse. La ropa, la comida, el auto está relacionado con nuestros valores y creencias, pero sobre todo, por el tipo de mensajes que queremos transmitir a los demás. Entonces, el auto deja de ser sólo un auto, la comida sólo comida y la ropa solo ropa; ahora son todos símbolos. (Marrero, Sociología).

La decoración de nuestros cuerpos, cómo nos vestimos o colgamos adornos, cómo nos peinamos, o tatuamos,  son gustos que naturalmente varían con el tiempo o dependiendo del lugar donde vivimos. El estar “bien vestido” puede variar dramáticamente de abuelos a nietos. Hoy en día nos hemos acostumbrado a  la diversidad cultural, la hemos aceptado, nos parece bien. En cuanto a la cultura parece ser cierto aquello de que “todo es relativo”.

Pero…¿Es igual con todas las pautas culturales? ¿Son igualmente aceptables? ¿ es todo una cuestión de gustos?

Una respuesta afirmativa a esta pregunta lleva a lo que se denomina el “relativismo cultural”.  En esta época de nuestra sociedad se licuan los valores y se pierde la nitidez sobre lo correcto. Parecería que al ser todo tan relativo, todo tiene validez, no hay límites. Y así se pasa a que es cada uno quien parece tener derecho a adecuar como un chicle la justificación de sus actos y los de sus compañeros, para ponerlos como buenos.

Sin embargo esto no es tan sencillo.

Todos sabemos, íntimamente, que hay valores universales y perennes. Pese a la confusión que generan gobiernos, supuestos líderes «intelectuales»  y personajes populares del momento que no hacen más que guiarnos hacia la degradación progresiva. Nos parece gracioso al comienzo, algunas veces nos resulta hasta conveniente. Y aunque pretendamos – frente al juicio de los que nos rodean – hacer pasar «gato por liebre», al final nuestra conciencia es un juez implacable.

No nos dejemos llevar como rebaño. Está en nosotros poner los límites y decir basta.

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