El tejido vaquero

La ciudad de Elko, en Nevada, celebró su cuarto rodeo, el Silver State Stampede, el 30 de junio de 1950. Era un evento bullicioso, la brisa transportaba los aromas más variados que competían entre sí por imponerse: olores a azúcar, aceite caliente, sudor de caballo y bravuconería. Entre la multitud, mujeres con sandalias de tacón y vestidos de algodón paseaban del brazo de soldados de uniforme color caqui, los niños luciendo camisas con cuellos en pico y Levi´s con un par de vueltas en los bajos, no quitaban ojos a los vaqueros en lo que aspiraban a convertirse algún día. Cuando llegó el momento de los discursos, el cantante, actor e invitado de honor Bing Crosby se abrió paso entre la multitud sujetando entre los dientes una pipa de medio lado al tiempo que esbozaba una amplia sonrisa; llevaba un sombrero de vaquero de ala mayor y una chaqueta extraordinaria hecha de algodón teñida de color índigo.

La chaqueta estaba flamante y tan tiesa que, para desabotonarla, Bing tuvo que pelearse con los botones con una sola mano mientras caminaba: así demasiado calor para llevarla. Pese a que la lucía con orgullo, la creación de esa prenda había sido resultado de una humillación social. Durante un reciente viaje de caza a Canadá, el recepcionista de un hotel de Vancouver le había pedido a Crosby que abandonara el establecimiento por culpa de su vestimenta informal: llevaba unos vaqueros Levi´s (Por suerte, al final un botones lo había reconocido en el último momento, justo cuando ya lo estaban escoltando hacia la puerta).

Los responsables de la marca, cuando se enteraron del incidente, siempre atentos a la menor oportunidad de promoción, confeccionaron para el cantante una divertida versión de una chaqueta de smoking en tela vaquera, con gruesa solapas de tono más pálido, una flor para lucir en el ojal hecha con sus inconfundibles etiquetas rojas y remaches de cobre, y una humorística etiqueta en el interior que decía así:

AVISO A EMPLEADOS DE HOTEL DE TODO EL MUNDO

Esta etiqueta da derecho a su portador a

Ser recibido y correspondientemente admitido

En sus instalaciones con cordial hospitalidad

En cualquier momento y bajo cualquier circunstancia

Regalo a Bing Crosby

El tejido vaquero ocupa un especial lugar en la mentalidad moderna. El antropólogo Daniel Miller puso en marcha un experimento informal cada vez que iba al extranjero a una conferencia –su trabajo lo llevaba a lugares  tan diversos culturalmente como Seúl, Río de Janeiro, Pekín o Estambul-: contaba las primeras 100 personas que veía en la calle y anotaba cuantas llevaban vaqueros. Por lo general solían ser más de la mitad. Estudios más rigurosos confirmaron su descubrimiento. En 2008, a nivel mundial, la gente llevaba vaqueros una media de tres días y medio a la semana. Loa alemanes eran particularmente aficionados y los llevaban, de media, algo más de 5 días a la semana y poseían de media casi 9 pares. Los estadounidenses tenían, de media, entre 7 y 8 pares y los lucían 4 días a la semana. En Brasil, donde el 14° de los entrevistados declararon tener 10 pares o más, el 72° de participantes en el estudio les hacía ilusión ponérselos.

La atracción de los vaqueros es algo complejo. Seguramente, Crosby los llevaba porque eran informales y cómodos –sus ranchos de Nevada era el lugar donde se escapaba para huir del oropel de Hollywood-, pero también poseían una profunda carga cultural: evocaban a los vaqueros del oeste y un cierto estilo de individualismo agreste que evoca el trabajo duro, la democracia y la libertad; en cierto sentido, un uniforme con el que alcanzar el “sueño americano”. Al mismo, tiempo y tal y como lo sugería la actitud de los recepcionistas del hotel de Canadá, también era un blanco ideal para el esnobismo.

La explicación de este prejuicio está en los orígenes de este tejido como el más humilde y resistente, ideal para ropa de trabajo. Levi Strauss, el responsable de su éxito comercial, emigró de Baviera a Nueva York en 1846. De allí, seis años más tarde continuó viaje hacia el oeste camino a San Francisco siguiendo la fiebre del oro, y se estableció como comerciante con un negocio propio de venta de suministros varios a los mineros y otros trabajadores manuales. Su gran oportunidad le llegó gracias a un sastre de Reno llamado Jacob Davis, que había empezado a usar remaches de metal para reforzar las partes más débiles de sus monos de trabajo –los bordes de los bolsillos  y la parte inferior de la bragueta-, que eran por donde solían romperse como consecuencia del uso prolongado y rudo. “El secreto de los pantalones esos son los remaches que pongo en los bolsillos. No doy abasto haciéndolos. Los vecinos están envidiosos de mi éxito”, explicaba el mismo con fuerte acento en inglés.

El 20 de mayo de 1873 les concedieron la patente n° 131.121 y su pantalón de trabajo extraresistente empezó a producirse. Al principio estaba disponible en dos tipos de tejido: un algodón grueso de color marrón parecido a  la lona y el denim o mezclilla de algodón, un tejido estilo sarga confeccionado con una resistente urdimbre blanca entretejida con una trama de color índigo. (Este es el motivo por lo que el vaquero es más claro por dentro, donde se ven los hilos de la urdimbre). Este segundo se convirtió inmediatamente en el favorito absoluto para ropa de trabajo y el más popular de los dos.

A pesar del tiempo transcurrido, el atractivo de los vaqueros no ha menguado en lo más mínimo, incluso a pesar de haber habido de todo en cuanto a los estilos y la suerte de las distintas firmas a título individual.

Kassia St Clair: “El hilo dorado.

Cómo los tejidos han cambiado la historia de la humanidad”.

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