EL URUGUAY 1516

Pequeños navíos con sus velas desplegadas irrumpieron, desde un lejano 1502, en un legendario estuario, “un río ancho como mar”, bautizado más tarde como Río de la Plata. Tres de ellos tripulados por sesenta hombres al mando del piloto mayor del Reino de Castilla Juan Díaz de Solís marcan el inicio histórico de la “tierra sin ningún provecho” de doradas costas, ondulada penillanura y de “cuchillas” prolongadas verdaderas divisorias de aguas. El Arroyo de las Vacas, lúcido testimonio de la multiplicidad fluvial de esta tierra fue silente testigo de la muerte del intrépido Piloto Mayor junto con dos Oficiales Reales y seis marineros a manos de los naturales del lugar. Trágico desenlace que marcará el principio de una conflictiva relación con los prehistóricos aborígenes.

Portugal y España, dos encendidos reinos precursores de la conquista de América van definiendo el futuro de estos pueblos, una imbricada unión de trasvase étnico cultural de encuentros y desencuentros, luctuosos acontecimientos, un legado de firmes estructuras institucionales y una discusión abierta sobre méritos y desventuras. Allí, en ese entorno mágico de la incesante búsqueda de un paso hacia el seductor oriente, esta tierra ignorada fue más tarde observada por la expedición portuguesa al mando del experto piloto castellano Cristóbal Jaques en 1524; le siguió la de Hernando de Magallanes en 1519 quien verificó la condición fluvial del Mar Dulce o Río de Solís; luego Sebastián Gaboto el 6 de abril de 1527 fundó  el Puerto de San Lázaro próximo al Arroyo de las Vacas constituyéndose en el primer poblado hispánico de la región y casi al mismo tiempo en la dinámica búsqueda de la “sierra de plata” fue erigido el fuerte de San Salvador a orillas del río del mismo nombre.

Pobladas prehistóricas habitaban esta tierra, culturas aborígenes de particulares acentos. La itinerante sociedad Charrúa llamada a pervivir en la memoria colectiva mediante la creación de un mito ajeno al rigor histórico. Valientes guerreros, cazadores y pescadores, celosos guardianes de sus lugares de caza dejaron tenues luces de identidad nacional. Por su parte la etnia tupi-guaraní ocupaba extensos territorios; temibles guerreros, semisedentarios habían desarrollado una cultura de agricultores, expertos alfareros y diestros navegantes. Fueron ellos los que dejaron, en cambio, un apreciable legado somático y cultural en toda la región incluyendo a la conocida más tarde como Banda Oriental.

Confirmada la existencia de un “nuevo mundo” la cartografía de entonces comenzó a llamarlo América ignorando la épica gesta del navegante genovés Cristóbal Colón, autor material de su descubrimiento, gestor de un momento sublime, inolvidable, verdadero parte aguas histórico. Detrás de su nombre las inigualables figuras de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, fundadores del Reino de España, herederos de la obra de Alfonso el Sabio rey de Castilla, de León y de Romanos, el monarca más culto de Europa en muchos siglos. La España de fines del siglo XV y comienzos del siglo XVI disputaba con el Reino de Portugal la efectiva posesión estos territorios cuyas jurisdicciones estaban reguladas por el Tratado de Tordesillas de 1494. Una competencia feroz, muchas veces encubierta tratando de establecer los límites para ejercer su imperio. Ese marco controversial delineará el futuro de estas tierras, un enclave de fronteras y mixturas culturales.

Enterada la corte española de los preparativos que el Rey de Portugal Juan III realizaba para enviar una fuerte armada a poblar el Brasil y la sospecha de poder penetrar en las tierras del Plata, decidió acelerar los planes para despachar desde Sevilla una armada al mando del Adelantado Don Pedro de Mendoza con la finalidad de descubrir, conquistar, poblar y defender “todo lo que fuese dentro de los límites de la demarcación correspondiente a la Corona de Castilla”. Una armada de catorce naves y mil quinientas personas abren un nuevo capítulo colonizador en el Río de la Plata. En 1536, la fundación de la “Real de Santa María del Buen Aire” de efímera existencia fue, sin embargo, el lúcido antecedente para que Juan de Garay en 1580 la volviera a erigir como “Ciudad de la Trinidad”.

No obstante, la misión del Adelantado Pedro de Mendoza logró un singular éxito cuando el 15 de agosto de 1537 uno de sus Capitanes, Salazar de Espinosa, frente a la desembocadura del Pilcomayo en el río Paraguay,  y en las cercanías de “la ciudad-fuerte de Tará-Guazú” de los guaraníes, erigió un fuerte al que dio el nombre de “Nuestra Señora de la Asunción”. Como consecuencia de este acto en 1541 fue creada la Gobernación indistintamente llamada del Río de la Plata o del Paraguay. Le correspondió a Juan de Irala el 16 de setiembre de 1541, erigir en ciudad la original casa-fuerte, distribuir solares entre los pobladores y la elección de un Cabildo. Durante casi un siglo Asunción fue su capital, “ciudad fundadora de ciudades” –Santa Fe, Corrientes, Santa Cruz de la Sierra-, testigo privilegiado de la unión cultural y biológica entre guaraníes y españoles, rédito significativo para una conquista de pronunciadas luces y sombras.

La ya conocida por los españoles expedicionarios de la “banda oriental” o “tierras de los charrúas” quedará distante a todo propósito colonizador. El Adelantado Juan Ortiz de Zárate y Juan de Garay combatidos por los charrúas abandonarán en 1574 “Nueva Vizcaya”, efímero asentamiento a orillas del río San Salvador y más tarde a mediados del siglo XVII fray Bernardino de Guzmán convirtiendo a los chanás fundó el pueblo de Santo Domingo de Soriano. Esta tierra americana estará ajena al primer impulso poblacional hispánico, configurando desde un principio un singular destino histórico. Fueron los portugueses, en el marco de una disputa territorial con el España los fundadores de la Colonia del Sacramento en 1680, un enclave bendecido por la historiografía nacional, orgulloso antecedente del Uruguay Estado, testimonio frecuente de una cruenta disputa colonial. En cambio, el desvelo del rey de España por poblar la rica pradera recién se efectivizará cuando en enero de 1724. Bruno Mauricio de Zabala, Gobernador y Capitán General de Buenos Aires reacciona con premura, exige y expulsa a un contingente portugués que se había instalado en la bahía de Montevideo y aposta un destacamento militar. Dos años más tarde nace San Felipe de Montevideo, la ciudad de un promisorio destino histórico rioplatense.

La “tierra sin ningún provecho”, huérfana de vestigios áureos, fue “descubierta” por un criollo americano: Hernando Arias de Saavedra. Nacido en Asunción del Paraguay en 1564, inscribe su nombre con un acierto inigualable: en diciembre de 1607 ostentando el título de Gobernador incursiona en estas tierras y expresa en enjundioso informe sus bondades donde “se da todo con grande abundancia y fertilidad”. Precedente trascendente para que en 1611 y 1617 introdujera partidas de ganado vacuno complementada en 1634 con cinco mil cabezas por los jesuitas de las misiones y de esta forma se diera inicio a uno de los más extraordinarios desarrollos de la ganadería; la “gran vaquería”, vigorosa expresión creadora de una parcela importante de la identidad nacional. Con estos hechos quedaba atrás la prehistoria indígena y el camino empezaba a ser recorrido por diversos actores humanos. Faeneros regionales irrumpen en la Banda Oriental para explotar la riqueza ganadera, bucaneros desde el Atlántico para proveer su comercio clandestino de “charque” y los temibles “bandeirantes”, depredadores originarios de la lejana región de San Pablo.

 

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