Se lo toma con calma. Es terca y nada la detiene. Carga un voluminoso fardo de comida y regresa a su hogar con pasitos cortos y rápidos. Pero ahora el camino le parece mucho más largo que a la ida. No recuerda haber subido la suave colina que culmina en un sorprendente pico escarpado, ni el pequeño foso abierto en la extensa llanura cálida. Le asombran el bosque claro y las laderas húmedas a las que nunca se acercan los rayos del sol. Orilla con tiento y paciencia el profundo precipicio que se abre entre dos montañas. ¡Qué extraña travesía! piensa. No sabe que regresando a su hormiguero, justo a medio camino, se le ha atravesado el cuerpo inmóvil de una mujer desnuda.
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