JUAN ANTONIO LAVALLEJA 5° Entrega

El liderazgo de Lavalleja

La Comisión Oriental enviada por el Cabildo de Montevideo hacia 1823 realiza gestiones con el general López, Gobernador de Santa Fe, con la finalidad de lograr el apoyo para una intervención armada en la lucha contra el dominio brasileño. El mencionado Gobernador está dispuesto a apoyar tal empresa, pero la negativa del gobernador de Entre Ríos, coronel Mansilla, condena al fracaso las gestiones. Mientras tanto en Montevideo se dilucida la cuestión de la independencia de Brasil cuando el general Da Costa le entrega la Plaza al gobernador de Montevideo Carlos Federico Lecor, quien había reconocido a Pedro 1° como Emperador de Brasil. El Cabildo de Montevideo, el 29 de octubre, lanza una declaratoria cuyos términos serán recogidos por la Asamblea de la Florida casi dos años después.

Lavalleja ha integrado la Comisión Oriental y luego, radicado en Buenos Aires, dirige un saladero de Pedro Trápani; beneficiosa circunstancia para instrumentar el deseado retorno en uno de los acontecimientos épicos de vital importancia para la confirmación definitiva de la nacionalidad. Toda gesta distingue a una persona como su conductor, representa la unidad de mando; una autoridad que alcanza el nivel jerárquico y administrativo y consecuentemente la eficiencia. Pero la historia exige mucho más de estos líderes. El poder de convicción, un espíritu constructivo, el ejemplo permanente, decisiones correctas y coherentes, objetivos claros y bien comunicados, el primer lugar en la batalla, la voluntad triunfante aún en la derrota circunstancial, el mismo sacrificio que sus seguidores.

Lavalleja es el caudillo por mérito y circunstancia: “El ambiente, dentro y fuera del territorio, está, pues, preparado para la empresa reivindicadora; falta solo la chispa decisiva, el rayo que encendiese la hoguera: Lavalleja es el rayo de esa hora. Es el hombre que requieren las circunstancias, y parece, todo él, hecho expresamente para realizar esta empresa que ha de ser toda su vida. Antes y después de la cruzada, su papel en la historia es secundario, su figura borrosa, su destino vacilante. Otros prohombres de su tiempo, como Rivera, como Oribe, despliegan a través de toda su vida militar y política la fuerza del carácter, y sostienen el prestigio fundamental de sus figuras. Lavalleja solo es grande en este momento, como si la trascendencia de la empresa que ha de realizar, agotase las energías heroicas de su carácter” (A. Zum Felde).

Una vez asumido el liderazgo de la empresa, con mayor relevancia desde el 19 de abril de 1825 y hasta el mediodía del 6 de noviembre de 1830, precisamente en el acto de la toma de posesión de Rivera como primer Presidente de la República, se constituyó en la primera figura pública, coronando un esfuerzo de conducción y patriotismo.

Su actuación política y militar contó con el éxito trascendente del desembarco en la Agraciada y la promisoria respuesta de los paisanos contactados desde Buenos Aires a través de distintos emisarios; la incorporación de su compadre-rival, imprescindible para el éxito de la gesta, espíritu generoso propio de un conductor; reorganización del ejército oriental; la instalación de un Gobierno Provisorio y más tarde la Sala de Representantes, la puesta en marcha de los poderes republicanos representativos, y en la senda de Artigas, la asunción de una doble responsabilidad política y militar; la Declaratoria de la Florida para hacer pública la aspiración autonomista y buscar como Artigas en la “admirable alarma” el apoyo de la provincias del Río de la Plata; su hora más gloriosa en los campos de Sarandí, una victoria más terminante en sus resultados que la propia batalla de Ituzaingó; la ferviente defensa del ejército oriental ante el general Martín Rodríguez, su oposición a Alvear y en su oportunidad patriótico acatamiento delegando el gobierno provincial a Joaquín Suárez; su exitosa participación en Ituzaingó; la controvertida decisión de suprimir, el12 de octubre de 1827 la Sala de Representantes y la destitución del Gobernador delegado; el reconocimiento inglés con el envío del comisionado Frazer para considerar la propuesta de paz británica, y, en febrero de 1828, la también controvertida decisión de enviar a Manuel Oribe en persecución de Rivera cuando éste procura y logra la toma de las Misiones Orientales; la firma de la Convención Preliminar de Paz de 1828 y en el término de su mandato la convocatoria para elegir los representantes de una nueva Asamblea Legislativa.

Las desavenencias con Fructuoso Rivera, desestabilizan la conducción del Libertador. Con la conquista de las Misiones se acrecienta el prestigio de Rivera y se configuran dos centros de poder personal. El objetivo de la Cruzada Libertadora fue un hecho con mayores alcances de lo esperado; la independencia fue un bien superior merecido y proyectó otros objetivos en el futuro. A los ilustrados “doctores” le fue reservado el privilegio de redactar  la nueva Constitución, un inteligente logro jurídico. Sin embargo, el poder estuvo reservado a los caudillos, los hombres de acción; los que, a diferencia de otras patrias americanas fueron la cabeza visible de la revolución independentista, el poder se decantaba en ellos. El cambio de escenario político institucional es mejor interpretado por el futuro Presidente de la República y en consecuencia, el Libertador pierde iniciativa política.

La disolución de la Asamblea y la reprobación del plan de Rivera sobre la conquista de las Misiones no tuvieron consecuencias más allá de la propia valoración del acto según los cánones legales, lógicos o de pertinencia. No obstante ello, algunos contemporáneos de Lavalleja  señalan que al suprimir la Asamblea “le cerró para lo sucesivo el desempeño de la 1° Magistratura de su País” (José Brito del Pino).

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