JUAN ANTONIO LAVALLEJA 6° Entrega

El papel del patriciado oriental

Observando el proceso de emancipación hispano-americana se visualiza el desempeño de un patriciado de estrecho vínculo con la ciudad y la cultura. Pertenecen a la “clase alta” y con medida actuación pública (el Cabildo es una “escuela” que le da a los criollos experiencia y conciencia de poder).

El patriciado se acerca a la república como la aristocracia a la monarquía. Las propuestas de los criollos siempre resultan extemporáneas cuando pretenden instalar la monarquía en Hispano-América. Asumido su rol protagónico el devenir los muestra confeccionando constituciones liberales, ocupan cargos públicos y magistraturas, y conduciendo jóvenes e inestables republicas americanas.

Nuestro proceso revolucionario regional propicia la figura del caudillo y le imprime un rasgo más tradicional y popular. El instinto, la pasión y el sentimiento juegan un rol singular cuando el pequeño propietario o comerciante, el indio, el gaucho, el agregado o el peón de estancia encuentran en el caudillo el referente indiscutido a su naturaleza. El por qué se obedece y se lucha es una abstracción exaltada por las palabras, la acción y el ejemplo del caudillo. En ese marco se ubica la proclama de Artigas en Mercedes el 11 de abril de 1826 y la convocatoria a la lucha de Lavalleja en la playa de la Agraciada.

El patriciado oriental representado por el estanciero, comerciante, militar, letrado y el eclesiástico no asume la iniciativa en el proceso revolucionario aunque respalda a Artigas por las garantías que le otorga su prestigio. En general el patriciado realiza un aporte constructivo a la revolución y los disidentes no actúan corporativamente: “Faltaba, para comenzar, esa presión ´desde abajo´ (la de clase) que aglutina casi automáticamente a una clase directora política muy asediada y que si alguna vez existió aquí –y solo en forma vaga (fue una de las seguras causas de la deserción patricia del

artiguismo)- no resulta de modo alguno el fenómeno general. Y no siéndolo, la clase alta pudo dividirse, hacerse ´fronda´, controvertir entre sí. (Real de Azúa)

Esta clase no estuvo asociada a un proyecto político común para poder actuar o no tenía dirigentes con vocación de liderazgo político. En 1826, la iniciativa la siguen teniendo los caudillos y sus actitudes continúan siendo expectantes: “Se sentían espiritualmente lejos de él (del caudillo) los doctores que en 1825 permanecían dentro de Montevideo o que marcharon a Río de Janeiro en calidad de Diputados o Senadores, y los que adheridos a la revolución de los 33 constituyeron en plena lucha, un bando disidente representado en el Gobierno Civil de la Provincia y en su Sala de Representantes. Esos Caballeros Orientales de 1823, son los unitarios o rivadavianos de 1826 que, en abierto antagonismo con Lavalleja, buscaron colocarse bajo la influencia política de Buenos Aires. Unos y otros –rivadavianos o abrasilerados- combatían al caudillismo y como para ello carecían de la fuerza, procuraron con el apoyo de Buenos Aires o en el del imperio, el medio para lograrlo: Juan F. Giró, Francisco Joaquín Muñoz, Gabriel A. Pereira, son las figuras más representativas del primer núcleo; Tomás García de Zúñiga, José Ellauri, Nicolás Herrera, Francisco Llambí, los que, entre otros, constituyen el partido imperial de Montevideo. El antagonismo entre el lavallejismo, representativo del espíritu localista y oriental, y los unitarios aporteñados que juraron en Canelones la Constitución unitaria de 1826, desvirtuando el sentido de la revolución hizo crisis en octubre de 1827, cuando el General Lavalleja reasumió el gobierno político de la Provincia, que antes se le obligara a delegar en D. Joaquín Suárez y disolvió la Sala de Representantes, restaurando por ese medio la autonomía de la Provincia”. (Juan E. Pivel Devoto).

Pero, ¿puede el caudillo y sus “iluminados” darle contenido jurídico y organicidad al país? ¿resulta suficiente el cruento esfuerzo épico solidario de la población y las milicias? Y es allí donde el patriciado se incorpora en plenitud al quehacer fundacional: contribuye financieramente con la revolución, jóvenes que se integran al ejército patriota y aportan su ilustración a la lógica política. La Constitución liberal puede errar sobre el medio de aplicación enunciando una democracia restrictiva, pero deja cimentados los principios republicanos y la soberanía popular: poderes legítimos constituidos, órganos de justicia independientes, garantía de derechos individuales, articulación de normas a observar por la comunidad y definido su humanismo de raíces cristianas, entre otras cuestiones. En definitiva los caudillos son secundados por esta clase dirigente. Sin embargo, ésta marcada dicotomía continuará manifestándose durante la mayor parte del siglo XIX.

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