Problemas para el historiador profesional
Puede que los historiadores de la era democrática, al asomarse al futuro de la historia –o, más bien, al contemplar la historia reciente-, quieran acordarse de que en algún momento del siglo XX la estructura de los sucesos pudo haber cambiado; quizá no tanto el “por qué” sucedió esto o aquello, pero sí el “cómo” y el “cuándo”. Estos cambios tienen que ver con el efecto de la publicidad y de las burocracias y es probable que aún se dejen sentir por un tiempo. He aquí dos ejemplos: ¿cómo llegó Estados Unidos a implicarse en la guerra de Vietnam? O ¿cómo llegó a eliminarse la historia de las asignaturas obligatorias en la Universidad X.? Es y será difícil seguirle la pista a las respuestas de estas preguntas. En ambos ejemplos, la inercia burocrática generó unos pasos que con el tiempo se hicieron irreversibles. Nótese de nuevo: “generó”. Antes, las burocracias respondían a las decisiones que llegaban de arriba; no generaban nada excepto la aplicación estrecha de esas decisiones. Ya no es que vengan un ucase o un zar a decirle a la burocracia lo que tiene que hacer; es que el portavoz de la burocracia le presenta al jefe de gabinete, sea de Estados Unidos o de una universidad, un plan (por lo común bien envuelto en verborrea) que este último podría aceptar. Y así el problema del historiador es que la burocracia y su lenguaje suelen ser anónimos e impersonales. Quizá pueda hallarse la primera mención de una decisión en las actas de la National Security Task Force, o del Vicerrectorado de Excelencia Académica de una universidad. Pero ¿quién impulsó semejante decisión? ¿Y cuándo? ¿Y por qué? En ocasiones podremos encontrar alguna pista, a través de informaciones personales; y estas últimas muy pocas veces se pueden deducir de las actas de reunión o de los memorandos. Porque aquí el anonimato va de la mano de las hipocresías del proceso burocrático, disfrazadas como están de usos y procedimientos “democráticos”.
“La tiranía de la mayoría” que ya anticipó Tocqueville condujo a las dictaduras populares, pero no al retorno del dominio aristocrático. Y eso es lo que la salva; sí, la historia es, era y será impredecible, a pesar de la mecanización burocrática del mundo. En enero del año 2000, Alan Greenspan, el entonces famosísimo director de la Reserva Federal, declaró: “Antes de que se produjera esta revolución del acceso a la información, la mayor parte de las decisiones que se tomaban en los negocios del siglo XX se veían amenazadas por una incertidumbre (…) De hecho, estos avances vienen a enfatizar la esencia de las Tecnologías de la Información: la expansión del conocimiento y de su anverso, que es la reducción de la incertidumbre”. Poco tiempo después, sucedió lo contrario.
Carlyle escribió en cierta ocasión: “La narración es lineal. La acción es sólida (según cita John Burrow en su magistral y casi enciclopédica Historia de las Historias en la que luego añade: “La narración, por tanto, aunque lucha contra su naturaleza lineal, debe procurar –por decirlo de alguna forma- moverse hacia los lados, así como hacia adelante”). Esto es, y sigue siendo difícil. En el capítulo veinte del segundo volumen de La Democracia en América, Tocqueville resumía, en menos de cincuenta frases, sus ideas sobre “Algunas tendencias particulares de los historiadores de los siglos democráticos”. Como sucede normalmente, el resumen se hace yuxtaponiendo lo que sucedía en la era aristocrática y lo que sucede y sucederá en la democrática. Durante la primera, es posible que los historiadores exageraran la importancia de ciertos individuos; los de la segunda, por su parte, tienen a achacar gran parte de la historia a causas generales. Pero entonces las consecuencias de esas causas “son infinitamente más variadas, más ocultas, más complicadas, menos poderosas, y por consecuencia, más difícil de distinguir y conocer”. Los historiadores de la era democrática tenderán al determinismo: “… se diría que el hombre no puede nada sobre él (…) Si esta doctrina de la fatalidad, que tiene tantos atractivos para los que escriben la historia en los siglos democráticos, pasando de los escritores a sus lectores, penetra (…) en la masa de los ciudadanos y se apodera (…) del espíritu público (…) no les bastará mostrar las razones que produjeron los hechos, pretenderán hacer ver que no podían suceder de otra manera”. Pero claro que habrían podido. Y de ahí que el significado mismo de los hechos que ocurrieron en realidad implique lo que podría haber ocurrido… una potencialidad plausible y relevante.
Extractado de: Jonh Lukacs: “El Futuro de la Historia”