Las hermanas la observan con una sonrisa que amortigua la tristeza de sus ojos. Ella está exultante, se mira la tripa una y otra vez, la toca suavemente, coge las manos de sus hermanas y las acerca a esa parte del cuerpo abultada, después camina despacio, con unas piernas arqueadas que intentan sostener apenas el peso, se pone ante el espejo y se mira de perfil, como les ha visto hacer tantas veces a ellas, en cuyos rostros aparece, inequívoca, la resignación.
Es la hermana menor, siempre sola, siempre necesitada. La hermana sin edad. Han olvidado contar sus años, porque siempre fue así, pequeña y sin edad, sin cambios, la hermana querida y mimada que ahora manosea, con manos pródigas, su vientre con el vasto orgullo de sentirse una mujer completa.
La llevan a diario a la clínica. La doctora habla con ella. La doctora es amable, encantadora, pero le dice cosas que ella no comprende, la doctora no es como sus hermanas, tan próximas. Ella sí es ya igual a sus hermanas, porque también va a tener un niño a quien amar. La doctora le da la pastilla diaria.
Pasa mucho tiempo en la clínica. Ahora, por fin, ella tiene a su bebé. Es rubio y sonrosado. Una de las hermanas lo viste con una ropita que ella misma le ha hecho. Todos quieren cogerlo, todos acunarlo, y ella lucha para que nadie lo toque ni nadie se lo quite. Lo aprieta férreamente contra su pecho, pero aquel muchacho se lo arrebata con brusquedad, como un ladrón al acecho, se ríe y lo manosea, sigue burlándose y echa a correr a toda prisa. Ella va tras él, ella jamás ha corrido tanto con sus piernas torpes y arqueadas como lo hace en esos momentos, corre lo que jamás volverá a correr, oye voces, todos quieren alcanzar al ladrón, el muchacho se asusta y, por fin, arroja a la criatura con violencia al suelo, a un lugar lejano donde ya es igual darle alcance.
Una abertura hueca y oscura, una herida brutal, como una incongruencia, se abre en la espalda de aquel juguete, y de ella se escapa la caja parlante y musical, que rueda y se empotra debajo de un mueble. Y conforme va vomitando sus notas, cada vez recuerdan más al llanto inconsolable y monótono de un recién nacido.