Universidad de Salamanca
La universidad se puede pensar como una institución esencial –en la historia de larga duración- de las transformaciones de las prácticas de lectura y escritura. La cultura escrita de los monasterios, entre los siglos VI y XI, una cultura del escribir sin leer, porque lo que se copia son documentos que justifican inmunidades, propiedades o derechos, o bien es el texto sagrado cuya copia es un gesto de devoción. La inversión de los términos, es decir la aparición del leer para escribir, se vincula con el mundo de las escuelas catedrales y las universidades del siglo XII y XIII. A partir de esa transformación, no solamente la escritura queda al servicio de la lectura, sino que las formas de los manuscritos cambian, registrando en sus glosas, y glosas a las glosas que encierran el texto, una serie sedimentada de lecturas. Se transforma también el lugar de la copia manuscrita, porque a las universidades se le asocian los talleres de copistas y las tiendas de los stationarii (copista de la Baja Edad Media) que multiplicaban y vendían los libros manuscritos utilizados por los estudiantes. Se transforman también las prácticas de los lectores que a través de los índices y las marginalia (elementos icónicos situados al margen de las páginas) pueden ejercer una lectura analítica, temática, a distancia de la lectura continua que sigue el despliegue del discurso. Una ruptura profunda en la cultura escrita en los siglos XII y XIII se vincula con la universidad, puesto que modifica la relación entre leer y escribir, el lugar de la copia de los manuscritos y la morfología de los libros.
Otra perspectiva tiene que ver con la universidad como editora. El mapa de la difusión de la imprenta en las décadas que siguieron a la invención de Gutenberg (la imprenta) muestra claramente que, si la nueva técnica de reproducción de los textos fue acogida por los monasterios, conventos y ciudades mercantiles (por ejemplo, Lyon), los talleres tipográficos que multiplicaron también en las grandes ciudades universitarias. El primer taller tipográfico en París fue instalado en la Sorbonne, en 1470. En Cambridge, es en 1534 que fue establecido el taller de los impresores de la universidad.
En los siglos XIX y XX, tres mutaciones alteraron el papel de las editoriales universitarias. La primera reenvía la multiplicación de estas como tales, es decir editoriales dirigidas por un comité o una junta de publicaciones constituida por profesores y cuyo financiamiento proviene del presupuesto de la universidad, de la venta de los libros y periódicos, y de subvenciones y herencias. Es el modelo estadounidense de la academia press. Un segundo tipo de “universidades editoriales” se funda sobre una relación estrecha entre la publicación de libros y una comunidad intelectual que no es una universidad, pero que se arraiga en el mundo académico. Un tercer tipo de editoriales vinculadas a la universidad, son aquellas que no son editoriales universitarias, sino editoriales privadas que publican libros escritos por profesores e investigadores y libros dirigidos a los estudiantes. En ese sentido, podemos decir que el libro “universitario” escapa a las editoriales de las universidades y puede encontrar su lugar en casas editoriales muy diversas: las que construyeron su fuerza a partir de la edición escolar, las que se focalizaron en colecciones de saber especializado o las que abrieron su programa de literatura general a las novedades intelectuales. En este caso, la universidad no es editora, sino un mercado para las editoriales privadas.