Norteamérica hispana

A comienzos del año 2000, el historiador Samuel Huntington argumentó que la llegada de hispanos en grandes números suponía una amenaza directa para los Estados Unidos, una visión que sigue teniendo eco e mucha gente. Escribió que “América fue creada por colonos de los siglos XVII y XVIII que eran abrumadoramente blancos, británicos y protestantes. Sus valores, instituciones y cultura proporcionaron los cimientos y marcaron el desarrollo de los Estados Unidos en los siglos posteriores”. Tal visión es errónea, sobre todo porque parece inspirarse solamente en una parte del país. Los valores, instituciones y cultura de los Estados Unidos no se formaron únicamente en Nueva Inglaterra, o en un vacío. Hasta en un grado considerable cobraron forma de las interacciones con españoles, mexicanos y otros pueblos hispanos en Norteamérica, al igual que en Latinoamérica. Parte de esta interacción fue antagónica –el católico español frente al protestante británico, por ejemplo- pero por otra parte, España acudió en apoyo de unos bisoños Estados Unidos durante la guerra revolucionaria. El Oeste que España perdió cuando su imperio se desmoronó se convirtió en el futuro de los Estados Unidos. La expansión al oeste sigue formando parte de la psique nacional; la búsqueda de nuevos horizontes comenzó en el mismo continente. Estados Unidos aprendió lo que significaba ser una potencia regional, y poco después, una global, al tomar primero la tierra de los nativos americanos y después el 51 % de México en 1848, antes de proceder a hacerse con Puerto Rico en 1898, todo lo cual contribuyó al poder que tuvo que esgrimir posteriormente en operaciones militares por todo el mundo.

Gran parte de lo que sucedió en el Oeste decimonónico se envolvió en un manto de nostalgia por la conquista, convirtiendo un proceso a menudo violento e injusto en un mundo fantástico, reflejado en imágenes que inundan la cultura popular: gráciles señoritas españolas, vaqueros duros e intrépidos e indios leales, pero nada de linchamientos o apropiaciones de tierras.

La realidad de aquella época fue mucho más compleja e inquietante. La incorporación de personas que habían vivido en parte de Nueva España presentó una serie de problemas graves, incluyendo como iban a encajar en una perspectiva estadounidense más amplia. Algunos pensaron que no tenían más opción que invocar la quimera de la “blanquitud”; otros no podían escapar de su piel morena, pero tampoco eran “negros”, mientras que otros eran considerados “indios” y no europeos, a pesar de tener un poco de ambos. La idea de la raza solo podía estirarse hasta cierto punto y sus carencias se hicieron evidentes en los intentos de ubicar a los hispanos en la dicotomía negro-blanco que evolucionó durante la era de la esclavitud en Estados Unidos y la etapa posterior. Al cabo de más de un siglo, las consecuencias de un pensamiento tan racial resultan dolorosamente claras.

En algunos círculos, ser “americano” sigue significando ser blanco, protestante y hablar inglés. Tras la elección de 2016, la escritora Toni Morrison observó que, “a diferencia de cualquier nación en Europa, Estados Unidos considera la blanquitud como una fuerza unificadora, Aquí, para mucha gente, la definición de la “americanidad” es el color”. La lucha de los hispanos contra esta discriminación y los avances logrados también se han convertido en parte de la historia estadounidense. En el siglo XIX, los hispanos lucharon por su tierra, sus derechos y su lugar en Estados Unidos. En el XX lucharon por los Estados Unidos en calidad de soldados, y más adelante, por tener un acceso voluntario a todas las oportunidades que la nación podía ofrecerles como ciudadanos. Sin embargo, a diferencia de otros grupos de inmigrantes, los hispanos han seguido llegando a lo largo de las décadas, y los lugares donde viven están cambiando: Los Ángeles y Miami pueden seguir encabezando la lista, pero los lugares como Dalton, en Georgia, han dejado de ser una excepción.

 

Algunas de las acusaciones esgrimidas contra la cultura hispánica parecen de la Leyenda Negra anticatólica sobre el cruel conquistador. Samuel Huntington también la evocó, ya que veía a los inmigrantes como personas con “nacionales duales y lealtades duales” debido a su idioma español y religión católica. El teórico de la descolonización Walter Mignolo cuestionó las ideas de Huntington, diciendo: “Quinientos años después de la expulsión de los moros de la península ibérica y quinientos años después de la invasión e invención de América, Samuel Huntington identificó a los moros como enemigos de la civilización occidental y a los hispanos (esto es, a los latinos y latinas) como un desafío a la identidad anglo en los Estados Unidos”, añadiendo que “el espectro de la Leyenda Negra sigue vivo y coleando, contribuyendo al menosprecio de los españoles en Europa, marginando lo “latino” de Sudamérica y criminalizando a los latinos y latinas en Estados Unidos”.

En realidad, las lealtades que preocupaban a Huntington no son inflexibles. La gente puede hablar español y ser católica y seguir disfrutando de aspectos de la cultura estadounidense, como la tarta de manzana y el béisbol. Por la misma regla de tres, los estadounidenses angloprotestantes pueden disfrutar comiendo tacos y escuchar música cubana sin renunciar a sus orígenes y religión. Las combinaciones culturales posibles en los Estados Unidos modernos son infinitas. La cuestión que se presenta al país en este momento es cómo conciliar estas dos visiones, o si tal cosa sucederá: ¿será por asimilación, por variación o, prescindiendo de estos binarismos, por alguna especie de combinación?

Uno de los consuelos que ofrece la historia es que, aunque los eventos en sí mismos no pueden deshacerse, sí se puede revisitar el modo en que se piensa sobre ellos y, en caso de necesidad, revisarlo. Este ha sido el caso –y lo sigue siendo- con relación a la realidad y el legado de la esclavitud en Estados Unidos. Estas reevaluaciones también se están produciendo, por necesidad, en el plano hispánico. Los hispanos fueron parte del pasado de Estados Unidos y también serán parte del mañana.

Extractado de, Carrie Gibson: “El Norte”.

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