PICASSO Y WALT DISNEY: ¿HAY LUGAR PARA LA NATURALEZA EN EL MUNDO MODERNO?

Por Julio Diaz

El siglo XX fue testigo de una transformación de nuestras experiencias visuales comparable al florecimiento del Renacimiento en el siglo XV. Vimos muchas otras cosas y las vimos de modo diferente, ya sea porque eran diferentes o porque los acontecimientos y los artistas nos acostumbraron a mirar con ojos diferentes. Si este proceso fue bueno o malo, creativo o destructivo –o una mezcla de ambos- sólo el largo y cambiante juicio de la historia lo determinará. Fue por cierto apasionante y perturbador a la vez. Mucho de este cambio en la visión se debió al cambio tecnológico, especialmente a la llegada del cine, la televisión, los videos y las cámaras fotográficas digitales, y a la rapidez con lo cual todo se hizo accesible a la humanidad entera, donde sea que fuere. Pero estas revoluciones visuales fueron compuestas por artistas que destruyeron la tradición del naturalismo, que había dominado hasta entonces las artes visuales, y la reemplazaron         –como primera fuente de belleza- con la expresión de lo que pasaba por sus propias mentes. La interacción entre las nuevas tecnologías y el nuevo individualismo creó un tercer elemento de cambio visual. En el siglo XX, las nuevas experiencias para nuestros ojos fueron el producto de fuerzas impersonales implacables y de individuos creativos poderosos que pujaban por tomar las riendas del cambio con el objetivo de concretar sus propias maneras de ver las cosas. Entre este último grupo no hubo nadie tan exitoso como Pablo Picasso (1881-1873) y Walt Disney (1900-1966).

Una comparación entre ambos es instructiva. Picasso nació dos décadas antes que Disney y lo sobrevivió por algunos años, Pero ambos fueron esencialmente hombres del siglo XX, individuos creativos excepcionales sobre todo, pero además figuras representativas. Cada uno abrazó la novedad con fuerte entusiasmo. Pero había diferencias esenciales. Picasso venía de Andalucía, en la periferia de la cultura de la vieja Europa, y avanzó en principio hacia Barcelona, capital cultural de España, y luego hacia París, por más de 200 años la capital europea de las artes. París le dio a sus ideas la resonancia y el éxito crítico y comercial que le permitieron concretar su revolución en el arte. Ningún otro centro habría podido hacer esto. Y debe agregarse que la exitosa carga de Picasso en contra del arte representativo fue la última victoria absoluta que París disfrutó como líder de la moda cultural. Si Picasso creó novedades impactantes, lo hizo de modo tradicional al estilo del “viejo mundo”: en el estudio de un artista y en la conocida capital del arte. Disney, por otra parte, era del nuevo mundo –del medio oeste, proveniente de una familia agrícola- y abrazó con impaciencia tanto la efervescencia emprendedora norteamericana como las nuevas tecnologías que estaban un paso más allá del gusto popular. Se trasladó de los espacios abiertos a Hollywood, no tanto un lugar sino más bien un concepto. Cuando Disney nació, Hollywood aún ni existía. Durante el curso de su vida se convirtió en la capital global de las artes populares, gracias, en parte, a su creatividad. Durante su vida creativa hizo uso de las nuevas tecnologías, mientras que Picasso explotó las viejas disciplinas artísticas de la pintura, el lápiz, el modelado y la impresión para producir lo nuevo. París y Hollywood: no podían ser lugares más distintos; aun así ambos son aún tan similares en la mezcla de la avidez y el cinismo con la cual consolidaron la creatividad, ambos vulgares y sublimes. Es también llamativo que los dos hombres desempeñaran papeles en las enormes y horrendas batallas ideológicas que caracterizaron el siglo XX, en polos opuestos del eje de las ideas. Y la influencia de ambos continúa en el siglo XXI, poderosa y persistentemente, planteando una pregunta: ¿cuál ha sido, y es, la más fuerte?

Primera entrega

Extractado de Paul Johnson: “Creadores”

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