Un arcoiris de piedra – HIstoria del arte (entrega 1)

                                                                                                                                       

“El color es más fuerte que el lenguaje.

Es una comunicación subliminar”

Louise Bourgeois

Al abrir un manual de historia del arte antiguo nos asaltan decenas de imágenes de célebres estatuas de mítico candor blanquecino. La Venus de Milo, el Doríforo de Policleto o el Apolo de Belvedere de los Museos Vaticanos son solo tres ejemplos de las miles de esculturas clásicas de mármol blanco que nos ha llegado el paso del tiempo. La fuerza y potencia de éstos y otros restos antiguos han dejado una huella tan fuerte en el pensamiento occidental que todavía a día de hoy muchos asociamos a la Antigüedad clásica con una civilización serena y austera simbolizada por la blancura del mármol. Pero ésta es una idea absolutamente errónea.

El color ha sido parte fundamental de la arquitectura desde tiempos inmemoriales. Las grandes construcciones religiosas y civiles poseían un acabado cromático lo más llamativo posible, y si ahora los vemos desnudos es por el efecto de siglos de inclemencia atmosférica e intervención humana. Los pilonos egipcios, los templos griegos, las iglesias romanas y las catedrales góticas, por no hablar de los edificios orientales de la India, China o el Sudeste Asiático siempre estuvieron pintados y, en muchas ocasiones, el nivel de colorido era directamente proporcional a su importancia. También la escultura de esas y otras civilizaciones solía colorearse, así que lo que ahora contemplamos en los museos y sitios arqueológicos no es más que una pálida sombra de una original explosión de colores. La idea que asocia el mundo clásico con la blancura del mármol tiene su origen en Italia, pues el arte romano no utilizó tanto la policromía como el anterior arte griego. De hecho, conocemos muchas de las obras de escultura de la antigua Grecia por copias romanas en mármol de originales griegos muchas veces realizados en bronce dorado y pintado. El Renacimiento italiano abundó en la idea de que la verdadera escultura debía prescindir del color, el cual no era más que un accidente superficial que ocultaba la esencia misma de la forma, por lo que no es de extrañar que mucha de las mejores y más célebres esculturas renacentistas y barrocas sean monocromas. Donatello, Miguel Ángel o Bernini trabajaron casi siempre sobre mármol blanco, y así, poco a poco, la blancura y la piedra virgen sin colorear fueron asociándose de manera casi indisoluble con la perfección del arte y la arquitectura.

Algunos elementos del Partenón de Atenas y de sus relieves estaban pintados de vivos colores que contrastaban con la blancura del mármol pentélico, del mismo modo que el rojo de una barra de carmín hace destacar los labios de un rostro. Igual ocurría con el resto de los templos de la antigua Grecia y del Egipto faraónico, pero es quizás la Edad Media el periodo que nos ha llegado más pruebas de la importancia de la policromía en la arquitectura. Pese que a buena parte de los edificios medievales hayan perdido su colorido exterior, aún quedan algunas muestras que nos permiten atisbar de qué manera la arquitectura y la escultura de aquellos siglos se vestían de todos los colores imaginables. Hay ejemplos destacables en las catedrales góticas de Berna y Friburgo, pero puede que sea en España donde más y mejores muestras de portales escultóricos policromados se conservan. Los pórticos de la Gloria y el Paraíso, en las catedrales de Santiago de Compostela y de Orense, respectivamente, son dos ejemplos en que el color tuvo una importancia clave, aunque a día de hoy haya perdido parte de su fuerza, especialmente en el primero de ellos. Pero son los portales de la colegiata de Santa María la Mayor de Toro, en Zamora, y este, de Santa María de los Reyes, los que mejor dan fe del impacto y la relevancia que la policromía tenía en estas construcciones. Y es precisamente de colores de lo que nos habla el umbral de Laguardia. De colores y cómo a lo largo de los siglos el ser humano se ha servido de ellos para transmitir mensajes, historias y anhelos. Pero este pórtico no nos cuenta un relato polícromo, si no que nos permite narrar la evolución de un color concreto. A partir de este umbral se puede conocer como una tonalidad que durante siglos fue casi desterrada del arte y la cultura occidentales acabó por convertirse en el auténtico símbolo de esa misma civilización.

Bienvenidos a la historia del color azul.

Próxima entrega: “El color Azul”

Extractado de Martínez, Oscar: “Umbrales.

Un viaje por la cultura occidental”.

      

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