La teoría política como la “investigación disciplinada de los problemas políticos” ha sido principalmente competencia de los filósofos, la mayor parte de los cuales se distinguió en filosofía y literatura, considerados de forma más general. De este modo Platón, Aristóteles, San Agustín, Tomás de Aquino, Hobbes, Locke, Rousseau, Hegel y Marx son en general grandes nombres de la historia de la tradición intelectual de Occidente, así como su aspecto político.
Tanto las instituciones como las teorías políticas forman parte de la cultura; son extensiones del hombre como ente físico. Los grupos humanos crean instituciones y prácticas ya sea que los filósofos políticos estén o no allí para filosofar; sin embargo, cuando alguien como Platón o Locke tienen en efecto escrito sus reflexiones, éstas pueden y de hecho se han convertido en parte de la forma en la que las sociedades crean instituciones y prácticas.
Las instituciones y las teorías políticas se combinan en el sentido y hasta el punto en que ambas buscan relacionarse con la gente, objetos y hechos bajo la noción del bien o del interés común. Una importante función de la teoría política es no demostrar únicamente lo que es una práctica política, sino también lo que significa. Al demostrar lo que una práctica significa, o lo que debería significar, la teoría política puede modificar lo que en realidad es.
Las instituciones de una sociedad que podríamos calificar como políticas representan un acuerdo entre el poder y la autoridad. Algunas instituciones dentro de la sociedad son consideradas legítimas ejecutantes de la autoridad para tomar decisiones que atañen a la sociedad entera. (Si tales instituciones no se encuentran en un área o entre un grupo determinado de personas, entonces sería difícil afirmar que existe una sociedad genuina o una comunidad política). Naturalmente, las decisiones que se toman en o por dichas instituciones atraen la atención de grupos y de individuos cuyos intereses y propósitos serán afectados por estas últimas. Cuando los grupos o individuos interesados llevan a cabo acciones dirigidas hacia las instituciones políticas, dichos actos se convierten en parte del aspecto político de la sociedad o de la naturaleza política –lo anterior sería válido tanto en el caso de que los actos fuesen primordialmente físicos o verbales o una combinación de ambos-. Lo que aquí sucede es que el hombre, al ejercer acciones dirigidas a las instituciones políticas, se conecta a sí mismo y a sus intereses a la naturaleza política, y por ello, hasta cierto punto al menos, se transforma en parte de ésta.
Esta “conexión” política puede originarse y con frecuencia lo hace, junto a los hombres que manejan las instituciones políticas. Algún tipo de decisión política, por ejemplo, la de regular las emisiones de los escapes de los automóviles, tiene el efecto de transforma un fenómeno originalmente químico en esencia, en uno de tipo político. Podrían enumerarse infinidad de ejemplos similares, pero lo importante se encuentra en el carácter de relación o conexión que tienen las instituciones políticas. En este sentido, la naturaleza política sobre la cual el teórico político va a trabajar es un tipo de tejido o red que relaciona o conecta al hombre, a los objetos y a los eventos de tal manera que tiene que ver con los intereses comunes o públicos de una sociedad. El ejemplo utilizado hace énfasis en las conexiones que tienen lugar en el espacio, mas debemos tomar en cuenta a su vez que las conexiones pueden suceder a través del tiempo como, por ejemplo, cuando el gobierno recauda las contribuciones de seguridad social del patrón y del empleado y décadas más tarde las reparte en forma de presentaciones de retiro.
Dada esta visión de la naturaleza política es sencillo apreciar que el actor político es quien “conecta” o “relaciona”, quien crea el tejido político en un sentido inmediato. El teórico político lo observa a él y a sus hechos y aconseja y recomienda lo que puede y lo que no debe hacer.
Cuando el verdadero teórico político observa y emite comentarios acerca de alguna conexión dentro de la naturaleza política, generalmente expresará de manera más que simple que ella existe. También intentará lo que la conexión significa. Lo que quiere decir buscar las respuestas al porqué se creó ésta originalmente, les han sido y podría ser sus efectos. De este modo, al poner de relieve una conexión e intentar clarificar su significado, el teórico puede a su vez actuar dentro de la naturaleza política al concentrarse de nuevo en circunstancias políticas para sus lectores.
A este respecto, el teórico político es una especie de político superdotado, pues reflexiona y presenta persuasivamente la naturaleza y la conveniencia de ciertas conexiones que el líder político que trabaja al día puede no tener tiempo para comprenderlas o analizarlas por sí solo. El teórico francés Montesquieu, por ejemplo, discutió sobre el gobierno británico en cuanto a una separación de poderes o funciones. Su escrito influyó importantemente en los autores de la constitución norteamericana, instruyéndoles sobre el significado y la conveniencia de la separación de poderes, aunque, como muchos críticos han argumentado, Montesquieu malinterpretó la naturaleza de las instituciones británicas. A pesar de esto, como teórico político, Montesquieu fue con seguridad un actor político más importante que Cornwallis y quizá también que Washington en la historia norteamericana.
Como se establece en la discusión precedente, la teoría política no es parte primordial de una tradición poética, musical o artística. Al contrario, en su mayor parte debe asociarse con una tradición y un estilo de disertación científico-filosóficos. De hecho, la teoría política es a menudo caracterizada por lo que se ha llamado una postura “arquitectónica” con respecto a su materia de estudio. Así, el teórico político se encuentra “fuera” del edificio como lo haría un arquitecto. Lo observa como un todo, planifica su total desarrollo y ajusta éste y aquel aspecto con vistas al éxito en conjunto.
Como se mencionó anteriormente, este estilo de pensar filosófico-científico, del cual la teoría política forma parte, se originó entre los que ahora llamamos antiguos griegos. La teoría política tuvo su origen en el siglo V a.C. Al estudioso moderno esto le parece mucho tiempo atrás suficiente para cuestionar su relevancia en relación con la época contemporánea. Se considera a estos griegos “antiguos” únicamente en cuanto a lo que el término indica. Desde otra perspectiva y en muchos aspectos, sería más apropiado llamarlos “modernos”, si no contemporáneos.
La edad de oro de Atenas o de Pericles, a la que miramos atrás con reverencia, debe propiamente ser considerada como inicio de la civilización europea –o como ahora la llamamos civilización occidental– pero desde un punto de vista general de la historia de la humanidad, el florecimiento de Atenas fue un acontecimiento más bien tardío y circundante. Es sencillo ver que en el siglo XX, nos encontramos alrededor de 2.400 años de la época de Pericles, pero también es importante considerar que Pericles vivió aproximadamente a una distancia en años similar a la de los constructores de la Gran Pirámide de Keops, con su astronomía matemática y técnicas de ingeniería altamente sofisticadas.
Fue en Grecia donde los europeos hicieron contacto con la civilización del antiguo Oriente Medio y donde el hombre atravesó el umbral de la ciencia, la filosofía y la teoría política. Es parte de la costumbre del hombre occidental contemporáneo juzgar a Platón, a Aristóteles y a la ciencia y filosofía griega en contraste con la ciencia y la filosofía contemporánea de occidente, y casi nunca con lo que sucedió con anterioridad a ellos.
La comprensión de la naturaleza de la teoría política como extensión del hombre requiere ser observada en el contexto en el cual se desarrolló, es decir el de la ciudad-estado griega.