Estoy harta de sus críticas. Lo que más irrita a mis compañeros de excursión es la mirada que me atribuyen: murmuran que observo todo en derredor, que no dejo de percibir ningún movimiento de ellos, que no se me puede sorprender, que mi nerviosismo es extremo y que todo me entra por los ojos, esos ojos que ellos sienten como una amenaza que les impide toda intimidad. No los culpo: yo también, a veces, querría tener otros ojos. Pero todas las moscas somos así.
También te puede interesar
En Memorias de un viejo profesor. La lectura en el aula, Miguel Díez R. nos recuerda que «La pata de mono», variante de […]
El cuento ofrece diversos y oportunos matices significativos que delatan la atmósfera de violencia y tensión, la intimidación, el mutuo recelo y, […]
Después de siete horas en la fábrica, el hombre regresó a casa. Colocó cinco monedas en la ranura de la entrada y […]
Había una vez una princesa que vivía en un palacio muy grande. El día en que cumplía trece años hubo una gran […]